15 mayo 2006
Albert, Parte Primera: La Tortilla.
Conocí a Albert por casualidad.
Hace unos domingos, demasiados ya, decidí salir a pasear mi ciudad. Dejé a un José Luís tumbado en el sofá, atareado con su adicción a la papiroflexia.
Me gustan los domingos porque suelen salir a pasear los malditos, los aburridos, los solitarios, las putas, los indecentes, los genios, los tontos, y, casi siempre, puedes esperar las mejores cosas de gentes así.
Recorrí Plaza Nueva, plagada de guiris con cara de “yo me quedaría aquí para siempre”, como si para ellos los lunes no existiesen…
Necesitaba una parada, un alto en el camino, una caña fresquita y un cigarrillo.
En un garito que frecuento a menudo escuché a Edith Piaff, ¿cómo no iba a entrar allí de nuevo? ¿Para qué cambiar de parroquia?
-¿Qué tal Tacones?
-Bien, terminando la semana… Ponme una caña y una tapa que te haga famoso…
Me senté en una banqueta en la esquina de la barra. Crucé mis piernas desnudas como una equilibrista. Aparté un vaso vacío y releí el titular del País que reposaba debajo de unas cuantas aceitunas apeadas de su plato…
No había hecho si no poner el culo e intentar acomodarme, cuando un varón treintón con cara de pocos amigos me clavó la mirada indiscretamente…
-¿Qué?- le dije.
-Disculpe, pero yo estaba sentado ahí. Ese es mi vaso y ese mi periódico.
-Lo siento. Pensé que no había nadie.
-Ustedes siempre piensan con prisas…
-¿Perdón?
-Nada, nada. ¿También soy invisible para usted? Mire, aquí estaban mis cosas, incluso mi paquete de tabaco, ¿no lo había visto acaso? Todo correctamente puesto en la barra.
“Pirado a las tres y media” me dije “¿Qué habré hecho yo en esta vida para que me toquen al lado todos los perturbados de Granada?”
-Siento de veras si le he molestado, caballero.
Le cedí su sitio… El cocinero del garito salió para romper la tensión creada en ese momento:
-Su cañita Tacones, y un pincho de tortilla divino, recién hecho para usted…
-¡Con esta tapa no te haces famoso, Carlos, pero bueno, has acertado!!- le dije dándole un beso.
El perturbado seguía mirándome como si fuera una atracción de feria: de arriba abajo. Escrutándome, sacándome punta, afilando la mirada y repiqueteando unos dedos nerviosos en el servilletero a modo de caja…
Consciente de la situación, incómoda por su persistencia visual, sólo se me ocurrió ofrecerle un poco de mi tapa, por si se había quedado con hambre y porque, al menos, estaría entretenido en otra cosa…
-¿Quiere un poco de tortilla?
El caballero se inclinó hacia mí y pude percibir un olor a canela que hasta entonces había pasado desapercibido…
Me apartó el pelo de la cara, se me acercó al oído, lamió el lóbulo de mi oreja…
-Sí, gracias… Aunque la prefiero a usted.
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10 comentarios:
Jo, tacones, tienes un imán, hija... yo debo llevar perfume anti-hombre, o será que no salgo casi de casa.
En fin, suerte con el nuevo ;)
Ese Albert promete. Le ha lanzado un dardo envenenado y no sabe a quién. Seguro que la segunda tapa es de jamón pata negra.
Un beso ansioso (de las siguientes entregas) en el otro lóbulo libre.
jajajajajaja
qué valor tienes tacones...
Aunque a mí me encantan los hombres con olor a canela.
Además, éste parece que al final no se lo va a hacer nada mal...
Una vez más ... muy buena historia. Si que me gusta como escribes, tacones! Te estaré leyendo.
no nos dejes a medias Taconcillos ...¿ como acabo la historia?
tacones, cuando quieras podrías unirte a nosotras en "Mujeres al blog", mándame tu e-mail a talatha"arroba"hotmail.com no hay obligación de nada, solo charlar...
eres la reina!!! algo parecido me paso a mi en una ocasion, pero hija que arte tienes para contarlo.
la sensualidad se te escpa por todas partes... TÚ SI QUE SABES, TACONES.
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