Antes de que puedas controlarlo, alguien pasa a formar parte de tus rutinas acoplándose de tal forma a las mismas, que ya se vuelve imprescindible.
Tal vez a él no te una nada, seáis dos desconocidos o la vida os haya hecho encontraos por una conjunción astral determinada, el caso es que está. Qué es. Y que, de alguna manera, ya no puedes imaginar tu día sin su presencia.
Esto es lo que me pasa.
Dos hombres se han colado en mi vida.
Dos hombres están copando demasiadas parcelas de mi terreno.
No sé cómo pararlos, en todo caso, estoy convencida de que no quiero que paren, porque me excitan, porque me gustan. Porque soy más yo cuando estoy con ellos.
Llegan hasta tal punto a ponerme a cien en todos los aspectos posibles y narrables, que estoy pensando seriamente dejar de lado el resto de mis relaciones: no porque supongan una carga, o me sienta cansada de cumplir semanalmente con esas citas que me divierten, es más, la tentativa de abandonarlos la asumo como el producto del deseo de retarme a mí misma, de saber hasta dónde sería capaz de llegar.
Por ahora, dejo esta intentona golpista a mi agenda en pause: tampoco podría concebir de buenas a primeras mis noches vacías de esos hombres que llevan años acompañándome.
Hasta el día de hoy, creo que es demasiado el tiempo que invierto en estos dos nuevos hombres, o ellos en mí, y es que no sé bien, quién da más en esta partida a tres bandas.
Jose Luis actualmente vive más en mi casa que en la suya, y me molesta. Me agobia. No lo soporto, pero me siento inevitablemente unida a su perfume. A su sexo. A su modo peculiar de mirar el mundo a través de sus lentes, de su objetivo, siempre al acecho del gesto más conveniente, de la escena más sobrecogedora.
Incluso creo que me he acostumbrado a su manía de dejar todas sus anotaciones en cualquier rincón, sus fotos y su estudio de revelado improvisado en el cuarto de baño, su fetichismo de tomar todos mis zapatos y fotografiarlos uno por uno sin hacérmelos calzar.
Lo que en un principio apuntaba a una aventura fallida como las que hemos tenido siempre, ahora me asusta por su continuidad. Su permanencia en mi tiempo. Su deseo infatigable de saberse único en mi vida.
Craso error.
Aparece en ella un nuevo hombre. Un candidato ideal para ocupar la noche de los martes o de los jueves por ajustarse su perfil al puesto casi al dedillo: hombre joven, casado, intelectual, periodista, para más señas. Entregado a una rutina jovial de parejita con hijo y ganas. Ganas que incluyen, tal vez, el atrezar su modélica vida con una amante. Cosa que a mí, particularmente, me resulta de interés.
Atractivo físicamente: de la cabeza a los pies tiene el semblante del que te hace gozar en la cama… Y vaya si lo hace: de todos los hombres con los que he compartido lecho, sin dudas “X” los vence por goleada.
Un orgasmo con él suele ser tan perfecto que te deja con ganas de más.
Y para mí, ese es el mejor síntoma de un buen amante.
Hombre lento, cuidadoso, metódico. Correcto en su forma y canalla en su fondo…
He sucumbido como una quinceañera a sus encantos: consciente, dejándome, anotando cada nuevo descubrimiento con él como si se tratase de las primeras veces.
Etapa de conquista abierta, partida en tablas y deseosa de conocer las estrategias y jugadas de este candidato.
Así me encuentro en estos días de primavera, de alergias, en los que el trabajo se multiplica como una plaga y las noches invitan simplemente a continuar…
Mi pajarraco, bien, gracias. Fiel a su serenata nocturna.
Por lo demás, el mundo sigue tan desgastado como de costumbre, pero eso ya lo sabían ustedes.
Dos hombres están copando demasiadas parcelas de mi terreno.
No sé cómo pararlos, en todo caso, estoy convencida de que no quiero que paren, porque me excitan, porque me gustan. Porque soy más yo cuando estoy con ellos.
Llegan hasta tal punto a ponerme a cien en todos los aspectos posibles y narrables, que estoy pensando seriamente dejar de lado el resto de mis relaciones: no porque supongan una carga, o me sienta cansada de cumplir semanalmente con esas citas que me divierten, es más, la tentativa de abandonarlos la asumo como el producto del deseo de retarme a mí misma, de saber hasta dónde sería capaz de llegar.
Por ahora, dejo esta intentona golpista a mi agenda en pause: tampoco podría concebir de buenas a primeras mis noches vacías de esos hombres que llevan años acompañándome.
Hasta el día de hoy, creo que es demasiado el tiempo que invierto en estos dos nuevos hombres, o ellos en mí, y es que no sé bien, quién da más en esta partida a tres bandas.
Jose Luis actualmente vive más en mi casa que en la suya, y me molesta. Me agobia. No lo soporto, pero me siento inevitablemente unida a su perfume. A su sexo. A su modo peculiar de mirar el mundo a través de sus lentes, de su objetivo, siempre al acecho del gesto más conveniente, de la escena más sobrecogedora.
Incluso creo que me he acostumbrado a su manía de dejar todas sus anotaciones en cualquier rincón, sus fotos y su estudio de revelado improvisado en el cuarto de baño, su fetichismo de tomar todos mis zapatos y fotografiarlos uno por uno sin hacérmelos calzar.
Lo que en un principio apuntaba a una aventura fallida como las que hemos tenido siempre, ahora me asusta por su continuidad. Su permanencia en mi tiempo. Su deseo infatigable de saberse único en mi vida.
Craso error.
Aparece en ella un nuevo hombre. Un candidato ideal para ocupar la noche de los martes o de los jueves por ajustarse su perfil al puesto casi al dedillo: hombre joven, casado, intelectual, periodista, para más señas. Entregado a una rutina jovial de parejita con hijo y ganas. Ganas que incluyen, tal vez, el atrezar su modélica vida con una amante. Cosa que a mí, particularmente, me resulta de interés.
Atractivo físicamente: de la cabeza a los pies tiene el semblante del que te hace gozar en la cama… Y vaya si lo hace: de todos los hombres con los que he compartido lecho, sin dudas “X” los vence por goleada.
Un orgasmo con él suele ser tan perfecto que te deja con ganas de más.
Y para mí, ese es el mejor síntoma de un buen amante.
Hombre lento, cuidadoso, metódico. Correcto en su forma y canalla en su fondo…
He sucumbido como una quinceañera a sus encantos: consciente, dejándome, anotando cada nuevo descubrimiento con él como si se tratase de las primeras veces.
Etapa de conquista abierta, partida en tablas y deseosa de conocer las estrategias y jugadas de este candidato.
Así me encuentro en estos días de primavera, de alergias, en los que el trabajo se multiplica como una plaga y las noches invitan simplemente a continuar…
Mi pajarraco, bien, gracias. Fiel a su serenata nocturna.
Por lo demás, el mundo sigue tan desgastado como de costumbre, pero eso ya lo sabían ustedes.
3 comentarios:
Qué ajetreo! ¡qué bien!, aunque no se yo si toleraría una invasión como la de José Luis...
¡Qué buena pinta la de "X"!, nada, nada... a disfrutar
Besos, tacones.
No tengo palabras. Thalatta lo ha definido muy bien. Qué suerte de agenda. Seguro con los años dará para reunirla en una crónica íntima de una semana inagotable.
que placer volver a leerte. hacía ya demasiado tiempo.
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