04 diciembre 2005

Ayer hablé con Ismael. Es decir, entre gemido y gemido, voltereta y voltereta, lametón y lametón, pude esbozar un argumento coherente para que el uso del tacón fuera esporádico. Pero no debió surtir demasiado efecto, porque, tras descalzarme las botas y salir del baño para limpiar el traje de saliva que me había regalado, él seguía allí tumbado, lamiendo la punta del tacón con la que, momentos antes, había martilleado cada una de las yemas de sus dedos.
Sólo entonces, viéndole agazapado entre las botas acariciándolas, como una animal de presa que huele ya su muerte cerca, comprendí que hacer que Ismael no me pidiera calzar las torturas de cuero, sería tan complicado como que yo dejara de ponérmelas al verle...
En fin, cada una tiene sus debilidades, sus predilectos y, sin duda, Ismael es mi debilidad. Mi punto flaco.
Me vestí. Como todos los sábados volví a dejar guardadas las botas en aquella maleta que él había comprado expresamente con el fin de reservarlas como oro en paño.
Salí del hotel que ya nos tiene como "usuarios registrados" de tanto uso que de él hacemos.
Y, una vez el coche, me miré las botas catiuscas que me acompañan los días de lluvias y nevadas.
Y no me quedan nada mal.
Son eróticas. Mucho más de lo que Ismael piensa.
Arranqué con la misma desgana con la que Pedro Erquicia presenta Documentos TV, y tuve suerte... Había sitio en el que aparcar justo en la puerta de casa.
Hoy es mí día. Los domingos son festivos muy hogareños para los hombres casados.

01 diciembre 2005


De hoy no pasa. Si señor. No vuelvo a follar con las botas de tacón. Ya se puede poner Ismael como quiera. Ya puede invocar a todos los santos o hacerme la danza de la lluvia asomado al balcón, que no. Que ya está bien de sus chorradas fetichistas y de hacermelas pasar canutas, dicho sea de paso, cuando intento voltearme para que me penetre por atrás.
Lo que no tengo decidido del todo es si colgar las botas, que suena muy artístico, dicho sea de paso, o bien colgarle a él del primer pino navideño que vea.
El pobre... Y el caso es que ya le tengo cariño.
De todos mis amantes, Ismael fue el que inauguró este gusto mío por coleccionar hombres casados. Y eso, no pasa todos los días.
Pero cualquier mujer en su sano juicio, se negaría a compartir sexo con alguien que desea verte desnuda y con unas botas de pierna entera que llegan a rozar las ingles.
Al principio tenía su gracia, no digo yo que no, pero todos los miércoles la misma historia llega a hartarme. Y al prenda, oye, que no se le levanta si no me ve aparecer por el salón en perlas y subida a esos pedestales inestables de cuero negro.
Tengo que hablar con él: o bien cambia su gusto y me deja vestir botines, o me da la sensación de que, para la próxima Navidad, va a tener que ponérselas al puñetero Papa Noel que cuelga del balcón de su maravillosa unifamiliar recién estrenada.