11 diciembre 2009
Estas pequeñas cosas
08 octubre 2009
Al fin, tú.
09 agosto 2009
"...Volver a los 17, después de vivir un siglo..."
Antes, cuando era más jóven, me refiero, me gustaba pasar la noche en vela follando.
Así, como suena. Sin hacer otra cosa con mi partener que eso. Bueno, alguna otra cosa también, pero relacionada de manera inexorable con el sexo.
Toda una noche dale que te pego al asunto. Sudando, dejándonos la piel en cada movimiento. Aplicando en cada nuevo acto todas nuestras fuerzas, echando el resto; como animales salvajes en plena lucha, como si aquellas noches y aquellos polvos fueran los últimos de nuestras vidas, o de aquella noche, que era mucho peor que el fin del mundo, porque sabíamos que tras terminar ya no tendríamos nada.
Qué cansado.
Ese ímpetu lo dan los años, claro.
De ningún otro modo el sexo vuelve a ser experimentado con la misma intesidad que cuando aún no pisas la veintena.
Es en ese tramo de la vida, cuando tampoco tienes otras preocupaciones que no sean las destinadas a procurarse placer, o a procurarles placer a otros (siempre y cuando revierta también en una, eso sí) el sexo es algo así como el epicentro de la existencia.
Son unos años de autocomplacencia, de cañas de cerveza y tabaco, de algún aditivo ilegal y todo el tiempo del mundo para servirnos.
El descubrimiento de un buen polvo hace que el resto no tenga importancia, y joder si se convierte en lo más importante: "quiero ser la mejor folladora del mundo", o "follador", según el caso.
Sin más que el yo en primera instancia y el yo en segunda y tercera, el estar con otro es una puesta a prueba de las habilidades de uno mismo.
Conforme los años pasan, el sexo se enriquece.
Jodido tópico certero, pero con matices.
Más que enriquecerse se reconforta uno con él.
En la mayoría de los casos, llegados a una edad, el sexo se condiciona a la vida, a lo que de ella hemos hecho y al final acabamos follando como vivimos y en la cama somos una extensión de la oficina, de la empresa, de todo lo que conforma nuestra cotidianidad, nuestra rutina.
Para mí el sexo conforme han ido pasando mis años, se ha convertido en algo menos importante, menos serio, más de disfrute de los sentidos sin prestar demasiada atención a ese afán orgasmal.
Ahora es mucho más divertido que cuando comencé a practicarlo; De mucho más provecho que en mi época juvenil.
Ahora es cuando el sexo es verdaderamente sexo, porque comenzamos a sacarlo de nuestra cabeza para convertirlo en un verdadero juego de los sentidos.
Y eso que tengo menos tiempo y más preocupaciones, y más complicaciones de pareja, y más parejas complicadas, y días más largos que cuando tenía veinte años, y noches que se me hacen mucho más cortas, y hombres y mujeres tan infelices en algunos casos, que al final, en la cama, acaban necesitando más de psicoanálisis que de orgasmos.
Si no viviera el sexo como lo vivo, yo no sería yo. Ni el sexo sería sexo para mí.
Y mira que, a veces, echo de menos un vuelta a los veinte (pero eso sí: sabiendo todo lo que sé ahora, ¿no?)
05 agosto 2009
La Terraza
22 junio 2009
MI PUNTUAL INOPORTUNO DE SIEMPRE
Tiene, entre otros cuantos, el don de la inoportunidad. De la inoportunidad para conmigo y mis estados de ánimo, me refiero.
Lo hace de natural, porque le sale así y no sabe ser de otra manera, ni redimirse, ni modificar un ápice esos detalles estúpidos que le hacen tan él; Esos vicios convertidos en monólogos sobre su mísera existencia.
Me enerva. Lo consigue. Aún no sé como se las apaña para sacar lo peor de mi trastienda, para dejar al desnudo junto con mi cuerpo mi mala leche y mis peores formas; Y tal vez por eso nos odiamos sólo lo suficiente y nos conocemos de ese modo tan peculiar, tan desgarrador y tan bello que es ser, al fin y al cabo, uno mismo.
En su espontáneo empeño, él es capaz de descentrarme solo con observar su número en mi móvil. Porque sé que aunque pasen los años, con él las cosas no cambian: para cuando pisa el felpudo ya ha vomitado la segunda parte de su perorata y antes de llegar al término de su discurso ya estamos follando en el suelo como si esa vez fuera la última. Pero nunca lo es y la escena se repite en un eterno retorno.
Y caemos en los mismos pecados varias veces al mes.
Llega a casa tras pegarme la brasa por el móvil (está tan obsesionado con sus rutinas que incluso creo que sigue hablando de lo mismo cuando ya le he colgado): que si su mujer, que si sus hijos, que si su vida, su trabajo, sus amantes y sus no sé qué más que le hacen tan infeliz. Tan infeliz que disfruta en su insano masoquismo de lo que tiene, de lo que ha conseguido y que tanto detesta.
Tan infeliz que prescindir de su infelicidad sería su ruina; se derrumbaría, saldrían a flote todas sus miserias que tanto entretiene con sus cotidianidades y se pegaría un tiro en mitad de la ciudad, no sin antes llevarse por delante a unos cuantos, porque eso sí, las cosas para él se tienen que hacer a lo grande y por supuesto, llamando la atención: Él no nació para morirse en el anonimato.
Con los años ha ganado la dosis de locura justa que la madurez guarda para los artistas. A su aire desdeñado de bohemio venido a más, no le desentona esos monólogos sobre su vida, ni su mujer hermosa, ni su par de críos criados en los mejores colegios privados. A él le va como anillo al dedo su desgracia particular y sus amantes; sus ratos libres en los que sale a pintar a desconocidas imaginándoselas desnudas y los momentos de snob en su estudio pedante al que lleva a las mujeres para follárselas con la excusa de que son sus nuevas musas. Él no tiene remedio. Y las vuelve locas.
Y joder, lo que ha ganado con esa barba entrecana.
Le quiero por los años; por nuestros años. Por los que hemos pasado juntos y los que nos quedan; porque será así por los restos de los restos, porque no sabe vivir sin su mujer, sin sus mujeres, sin mí; Por ser un escritor anónimo cojonudo y saber recitarle a la noche como ninguno; Por haberme empapado de su prosa, y su verso, y su sudor, su sexo y su vida. Por haberme hecho unos retratos cojonudos sacando todo lo perro que hay en mí. Porque me hace sonreír de manera inconsciente, por su soltura en la resolución de los temas más complicados, por ser un hombre peculiar que me gusta. Por su inoportunidad eterna. Por su prisa, por su impaciencia.
Porque de vez en cuando no hay nada mejor que encontrarte con alguien así, tan auténtico con sus miserias siempre a flote.
Y coño, porque folla de puta madre, para qué negarlo.
-Joder Tacones, déjame vivir aquí contigo.
-Quédate.
-Pero yo sólo; Lo dejo todo y, el resto, lo que nos quede, juntos. Sin nadie más: tú y yo. Sin mis amantes, sin tus hombres. Solos.
-Claro que sí...
Porque claro que sí.
Y sé que todo lo que me dice es una gran mentira para él mismo, su gran escudo que precede a un gran polvo. Porque lleva toda la vida diciendo lo mismo a todas sus amantes, porque es incapaz de romper con su mujer a la que adora. Y porque sabe desde antes de que conociera a su mujer y a sus amantes, y a su incipiente locura, que mi no a un compromiso con él fue rotundo y no porque no le quisiera, sino por no estropear algo tan de verdad. Tan jodidamente auténtico.
-Cásate conmigo Tacones.
-Me caso contigo.
-Te lo digo en serio tía, joder, no seas así: nos conocemos, somos colegas, encajamos, nos reímos juntos, me comprendes...
-Te comprendo, te comprendo estupendamente...
Tengo la vida que he elegido, me digo algunas veces como justificándome: tengo lo que quiero, lo que merezco, lo que escojo según el día o la noche, o la persona, o mi estado. No tengo más compromiso que el de estar viva, y por ahora, tengo la firme intención de cumplirlo a pies juntillas.
Y mientras, bebemos una cerveza en la cocina, y se pasa nervioso la mano por la cabeza y por su barba.
Me mira.
Yo me voy desnudando mientras él sigue con sus propuestas sobre nuestra relación futura y pienso en cuanto me apetece que me tumbe en el suelo, y me lama entera, y se deje de lo que podría se que no va a ser, y se calle de una vez, coño, y que despeje el pelo de la nuca y me bese, y que se monte a mi grupa y cabalgar...
-Joder Tacones, dime algo.
Le diría muchas cosas, pero no me apetece y la consulta en casa no es gratuita.
Y salto sobre él para acallar su monólogo tan conocido, sus cuatro jilipolleces de hombre cansado.
Me agarro a su cuello y cierro su cintura con mis piernas.
Y el tacto de su camiseta en mi sexo me excita...
Y le beso. Me agarra del culo y me eleva lo justo para que el roce sea más intenso.
Y me sonríe porque sabe lo que viene ahora, porque el sexo así es sexo del bueno: del que no espera luego ninguna frase hecha, ni ningún cumplido, ni dormir juntos y abrazados. Nuestro sexo es el que se disfruta en el momento: y después vendrá lo que tenga que venir, pero ya está hecho.
Y me gusta, coño.
Me gusta tener sexo así con él. Se entrega de tal forma que me parece casi increíble que su mujer no tenga ni la menor idea de que un hombre que jode tan bien necesite para explayarse más de una amante. Esa mujer criahijos ha perdido el norte, y el sur, y de paso, al hombre (probablemente) de su vida. No tiene ni idea del tío tan cojonudo que llega a casa todas las noche. Del jodido inoportuno que se acuesta con ella y se la jode por norma un par de veces en semana, por continuar con su rutina.
Cuantas mujeres como ella no descubrirán nunca a sus parejas como amantes.
Luego, cuando terminamos y él fuma, y ese cigarro suyo me sabe a gloria, y acabamos nuestras cervezas, y ponemos música y él comienza a irse, me sigue sorprendiendo su candidez, su beso en la mejilla, su “ Joder Tacones...” como en una especie de disculpa por lo que ha hecho (disculpa que, por otra parte, corresponde expresamente a su mujer).
Y me sigue sorprendiendo mi fidelidad: a mis amantes, a esos con los que decidí compartir mi vida y que me saben hacer feliz a su manera (que el resto de mi felicidad es eso, mía y ya lo pongo yo). Que me aportan una vitalidad y un aprendizaje importantes, y me sirven en no pocas ocasiones de conejillos de indias (pero ellos ya lo saben).
Sólo Jose Luís es capaz de ponerme en la cuerda floja, sólo él sabe que seré más suya que de otro cuando no sea de sexo de lo que se trate. Y eso me inquieta.
Tal vez con los años lleguemos a entendernos lo suficiente...
Porque tal vez.
21 mayo 2009
Y parece que fue ayer...
04 mayo 2009
28 abril 2009
04 marzo 2009
Me gusta.
07 febrero 2009
Lo que él no sabe
14 enero 2009
TRISTES GUERRAS
11 enero 2009
El principio
09 enero 2009
Entre lineas
Volver a leerle ha sido toda una afrenta. De pronto, todo el pasado ha vuelto y se ha hecho presente. Y me han sobrevenido unas ganas tremendas de asomarme por la ventana y gritar al vacío que sigo viva, que él también, que qué jodido que él sea como es y yo como soy, y que por mucho que volviéramos a nacer no nos pondríamos de acuerdo.
El caso es que me excita leerle imaginado que es un extraño. Como si volviese a ser ese desconocido al que reconocí hace no sé ya cuantos años. Ese hombre que me conquistó con su trazo de escritor de veras.
Pues sí.
Qué ganas me dan de dejar al mundo con su perorata y su tragedia por un rato y correr hasta tu lado, y que me hables con esa voz rajada que me sigue poniendo, y que me cuentes alguna de tus historias, o que hagamos algo de lo que se nos ha quedado en el tintero.
Esta jodida gripe, que me trae por la calle de la amargura, y que joder, también me deja un hueco para recordar que el algún sitio me queda un trozo de corazón que aún está lleno ti. Canalla.