14 mayo 2007

Salsa


Hay algo que me pone frenética, que consigue sacarme de mis casillas y que estoy segura, delante de cualquier jurado, justificaría el crimen.

No soporto la combinación “Helena + Programas de Cotilleos”. Si ya por separado cuesta lo suyo hacerse a la idea de que existen y están ahí, la unión entre ambos es una bomba de relojería. Insufrible. Incomible y todos los “in”, hasta los inimaginables.

Estoy segura de que morir en un paredón de fusilamiento tiene que doler menos o por lo menos debe ser más rápido y menos consciente.

-Tacones, ¿no vienes?
- A dónde Helena.
-Niña, quédate quieta ya y siéntate aquí conmigo.

Helena es una maruja no confesa. Por mucho que sus joyas digan lo contrario, o que sus ropas de firma la hagan parecer una mujer sofisticada, y su cuerpo un lugar delicado donde yacer, cuando Helena está en casa, puedo jurarlo, se transforma en una maru-termanitor. Con sus manías de fregona, sus cremas, sus pedicuras y manicuras, sus comidas y sus batas, y, sobretodo, su televisión con sus chismorreos, y sus cotilleos, y sus cosas sobre otros que a mí, particularmente, no me interesan.

-Tacones, es que la Pantoja debería ir a cárcel. Sí, y la Zaldívar también…
-Helena, por mí como si las llevan a Guantánamo- le respondo desde la cocina.
-Qué desagradable eres. Tú dirás lo que quieras, pero es que no es justo lo que han hecho.
-Helena, lo que no es justo es lo que pasa en Irak, o en Afganistán o a la vuelta de la esquina… Bueno, qué más da…
-¡Pero coño! ¡Eso está tan lejos!- me responde como si realmente pensase lo que dice.

Y es que a veces, me da la sensación de que conmigo vive Susanita, la amiga de Mafalda. Tan simple como la sopa que la protagonista aborrecía.

-Joder Tacones, si es por echar el rato… Pero mira que te diga… ¿tú sabías que Julián Muñoz se había puesto en huelga de hambre?! Fíjate, como el terrorista ese…
-El terrorista ese… Joder Helena… ¿Por qué no te vas en busca y captura de alguien y de paso, a tomar el fresco? Es sábado mujer...

Y de pronto me siento como la madre soltera de una veinteañera con unas ganas horribles de que la niña se vaya a dar por culo a otro sitio y me deje en paz. Es mi casa, y por más que se lo explico, no le queda claro.
Es cierto, Helena es mi amiga, mi mejor amiga tal vez (cosa que aún no entiendo pero es) pero esta adicción suya por los tomates y las salsas no tiene perdón.

-Pues vete tú con tu Doctor, coño.
-Helena, no me calientes- me siento con ella y veo la cara de los contertulios- no sé cómo te puede gustar esta mierda…
-Joder, si vas a darme la noche ponemos otra cosa.
-Entonces, sí, voy a darte la noche.

Y me mira, y se ríe.

-¿De qué te ríes?
-De lo rara que eres y de la cara que pones mientras comes.

Me sonrío. Porque solo Helena es capaz de ser así de sencillamente encantadora.
Me lame los labios y los seca delicadamente con una servilleta.

-Eres un caso Helena…
-Sí, clínico. Pero tú ya deberías saberlo. Te dedicas todos los días a casos… Pero yo soy un caso especial… Digamos que soy tú caso…

Me retira el plato y se sienta a horcajadas sobre mí. Me levanta la camiseta y comienza a acariciarme los pechos…

La beso, le recojo el pelo y se lo sostengo entre las manos…
Helena es tan bella…

De pronto los contertulios suben su tono de voz… Helena deja su quehacer, que es el mío, y se da la vuelta indignada…

Ya no me queda otra que reír… Que descojonarme… Que volver a cuando teníamos veinte años y nuestros encuentros eran algo más apasionados…

Y es que la jodida rutina llega hasta a los más erótico, a lo más voraz, a lo íntimo, jodiéndolo todo.
Y tal vez por eso, odio todo lo que distrae al pueblo de lo realmente importante, de lo que nos pasa al lado y no hace ruido, de lo que nos interesa...

Termino de cenar y llamo al Doctor. Con él, por lo menos, estoy segura de que no terminaré compartiendo sexo con los espeluznantes protagonistas de los programas rosas… Por lo menos, creo, durante esta noche…



01 mayo 2007

De Noche


Cojo el coche. Pongo rumbo a la ciudad porque me apetece abanicar la noche a solas.

Mi casa está prácticamente terminada: tan igual de vacía a como lo ha estado los últimos meses, o años. Da igual.

No quiero ver al Doctor esta noche, ni escuchar a Helena con sus dilemas existenciales de juzgado de guardia. Una Helena que parece cómoda conmigo en casa, sobretodo, porque la okupa parezco yo, que suelo pasar inadvertida hasta para ella.
Es lo que quiero. No necesito que nadie sepa que existo.

Tampoco ésto es necesario, pero sí catalizador.

Salgo del coche que duerme ya en el parking. Me acerco a la barra del bar de siempre. No está la camarera, y me alegro, tampoco tengo ganas de charlar. En su lugar un morenazo impresionante.

La noche no es tan mágica como se suele representar, ni es nuestra oportunidad, ni el hombre de nuestros sueños aparece al fondo de la barra: allí suele estar el morador de las que serán nuestras pesadillas.
No sé por qué la gente se empeña en salir de noche.

Recuerdo que cuando era joven, al salir con el grupo de camaradas la noche era nuestra, y no tenía fin. Y estaba llena de casi todo, y nosotros receptivos como esponjas, inasequibles al desaliento aunque nos amaneciera, y nos dieran las doce del medio día y el día fuera nuestro también: siempre existía la posibilidad de que la vida diera un giro de 360 grados si seguíamos allí…

Algunas veces giraba, o se quedaba estática o alguien encontraba un rollo que tenía los días contados. Otras, las posibilidades se estiraban y tenías que dividir los días y las horas en más aún para poder dar abasto.

Supongo que he llegado al cenit. A un jodido horizonte en el que “el pescado ya está vendido”, como dice una vieja compañera. Un momento de mi vida en la que todo encaja de forma tan correcta que me empieza a dar miedo.

Mi trabajo marcha sobre ruedas. Mejor de lo que pensaba a priori, soy buena en lo que hago, a qué negarlo, y las expectativas de éxito se han multiplicado por mil. Me alegro, pero estoy acostumbrada precisamente a lo contrario. Tal vez, tenga que discutirle algún día a Eddi Vansi, que “el éxito no es fácil”.

El Doctor es mi pareja en este vía crucis amoroso en el que vivimos inmersos. En esta especie de balsa que flota sobre aguas tranquilas y claras. ¿Acaso no va a llegar ningún día la tormenta que mueva todos nuestros cimientos? Tanta calma mansa me crispa.

Me quiere. Le quiero, a mi manera, de la única forma en la que sé quererle. Dice que soy una mujer fría, distante, que si he sido siempre así o sólo es con él, pero yo ya no le doy explicaciones a nadie, y es su percepción, y no voy a llevarle la contraria si es lo que cree.
Es lo que hay.
No voy a darle más porque no hay nada más que dar.

Tranquila.

Me ensimismo en todo este discurso intrínseco a solas con mis pensamientos. Pido otra caña que paga gustosamente un caballero compañero de barra. Le sonrío. Es atractivo, pero como si quiere ponerme un piso en el centro, porque no estoy para nadie.

Paseo por Granada de noche. No hace demasiado frío, la gente ríe, grita, bebe, se besan o se insultan… Mis tacones resuenan al fondo de la calle.

Me paro frente a un escaparate y me miran raro: ¿es que sólo son visibles a media mañana? ¿Son menos interesantes o marcan diferentes precios de madrugada?

Me enciendo un cigarrillo y me siento en un escalón. Tampoco tengo nada mejor que hacer y el aire me sienta jodidamente bien en la cara.

Pienso en que tengo que dejar de fumar, que es una putada ser dependiente de esta mierda. Que es lo único que me ata, que me subyuga, de lo que soy sumisa consentida y consciente. Y creo que el Lunes es el peor día para hacerlo.

A mi lado se sienta un caballero cuarentón. Buena planta. Mejor vestuario. Magnífico olor.

Le digo que el Lunes es el peor día para dejar de fumar y le ofrezco un pitillo.

Me dice que sí, que también es un mal día para un divorcio. Y lo enciende.

De pronto me río: él tiene lo que yo busco y viceversa.

Le digo que ojala me divorciara yo también en el caso de que tuviera una pareja al uso.

Se ríe. Supongo que no entiende bien mi definición de “Pareja al uso”.

El jodido movimiento que me hace estar viva.

Unos muchachos me echan un piropo al pasar. Les doy las gracias por el halago y el caballero reafirma lo dicho por los mozos.

A su pregunta le digo que no, que si me pintase el pelo no tendría la cantidad de canas que tengo.

Tampoco él usa “just for men” y me alegra.

Nos vamos a su casa. Amanece. Tiene una terraza desde la que se puede contemplar la Alhambra. Me prepara un zumo mientras me visto y me dice que le gustaría hacer el amor conmigo…

A la vuelta, el Doctor duerme en el sillón de mi casa y la televisión continúa encendida y Helena no está, y hay varias copas en la mesa…

Preparo algo de comer. Nos sentamos.

El silencio…