13 julio 2011

Camino De Vuelta...




No suelo esperar visita.


Abrí sin más miramientos, sin preguntar siquiera.


Abrí sin esperar su sonrisa girada hacia la izquierda al otro lado de la puerta.

- Hola- le dije intentando sobreponerme del susto y disimular.
-¿Qué tal, Tacones?
-Bien, bien... ¿Qué tal tu?
-Digamos que mejor que en vidas anteriores...
-Ah, eso es estupendo.
-Sí... Estás más delgada- concluyó mientras escrutaba mi silueta cubierta sólo por una camiseta y unas bragas de una conocida marca de lencería.
-Bueno, han sido unos años complicados...
-No hay años complicados, Tacones...
-Si tu lo dices...
-¿Vas a dejarme pasar o no?
-Sí claro... Pasa...

Traspasó el umbral de casa con su paso firme, su mochila colgada de su brazo derecho, sus vaqueros desgastados, su camiseta negra y su pelo despeinado.

Cerré la puerta tras él. Miré como avanzaba por el pasillo con su paso firme y sus manos en los bolsillos y pensé que seguía siendo tan atractivo como siempre, que los años no pasaban por él; que sus cuarenta y tantos eran los veinte de cualquier otro, que con qué jodido diablo habría cerrado su pacto particular.

También pensé que qué triste que lo nuestro no hubiera funcionado, pero ya no había marcha atrás.

- Siempre me gustó tu casa Tacones...
- Ya

Me encendí un pitillo sentándome en el sofá haciendo como si no me importase casi nada su presencia.

- ¿No ibas a dejar el tabaco?
- Sí, iba a dejarlo... A dejarlo en pause...
- Ah...

Se sentó a mi lado y miró hacia esa nada que se desvestía al fondo de la habitación ajena por completo a nuestra conversación.

- ¿Por qué has vuelto?- le espeté sin mirarle.
- Te echaba de menos...
-Vale...

Y no es que su respuesta me convenciera demasiado pero una, con los años, ha aprendido que al final vivir era algo parecido a disfrutar sin esperar ni preguntar demasiado.

- ¿Has tenido hijos?- me preguntó con indiferencia observando los muñecos y accesorios varios de la hija de Helena.
- No, yo no.
- No, tu no.
- Son los trastos de la hija de Helena. Llevan un tiempo viviendo aquí. Ahora están de vacaciones...
- ¿Qué tal se te da ser madre?
- Creo que bastante bien mientras no sean hijos míos.
- Ya...

Le observé de soslayo expulsando el humo lentamente... Apagué lo que quedaba del cigarrillo. Recogí mi pelo en una coleta improvisada, me atusé el flequillo y me dio la sensación de que él había estado siempre ahí, como las sillas, el mueble o los libros que dormían debajo de la mesa.

- ¿Pongo música?- pregunté para romper un hielo que se había derretido hacía años...
- No.
- De acuerdo.
- ¿Me has echado de menos?
- No.

Y le dije que no porque en realidad no le había echado de menos: me había dado cuenta de que sentía cierta añoranza cuando me topé con él al abrir la puerta. Y algo tan momentáneo y sutil no tiene demasiado que ver con los sentimientos.

- Me alegro.
- Yo también.

Añorar suele ser insoportable. Una especie de lastre emocional que te lleva más a preguntarte por lo que podría haber sido que por lo que fue. No me gusta echar de menos a nadie, ni añorar, ni dejar pasar mi tiempo perdida entre los recuerdos... Lo que fue, ha sido: no hay marcha atrás ni camino de vuelta.

- Follar contigo- dijo como afirmando en voz alta su pensamiento.
- ¿Cómo?- pregunté arqueando una ceja y encendiéndome otro pitillo.
- Follar contigo Tacones; eso sí lo he echado de menos.
- Ah...
- ¿Te molesta?
- No, en absoluto.

¿Por qué debía molestarme? Con él había vivido un sexo tan salvaje que rara vez salí indemne de sus encuentros; terminé siempre rota, magullada, excitada como si fuese a empezar de nuevo... También yo echaba de menos follar con él.

Habitualmente no solemos echar de menos el follar con alguien determinado: echamos de menos follar, así, en general. El contacto con otro, el sudor, el placer, las lágrimas y gemidos.

En este caso, coincidía plenamente con él en echar de menos sus polvos (y en mi caso, también sus manos y su fusta).
De todas formas, no se lo iba a decir... Una sigue teniendo las manías propias que se heredan al haber asistido en al infancia a colegios de monjas.

- ¿Has encontrado a otro que te use como yo lo hacía?
- ¿Ahora te gusta compararte con otros?- le solté francamente sorprendida, porque eso sí se me hacía raro en él...
- Si se trata de ti y a estas alturas, sí.
- No querría faltarle el respeto a tu ego ni por un momento... Señor...

Nos reímos...

-Te he traído un regalo.
-No tenías por qué.
- Ya, pero quería hacerlo.

Sus regalos siempre quedaban magníficos en mi cuello... Sobre todo si eran sus manos grandes, expertas, suaves, ejerciendo la presión exacta en el momento justo.

- Toma..

Abrí cuidadosamente un paquete del tamaño de un libro envuelto en papel celofán azul eléctrico.
Dentro de una caja había un cuaderno de piel.
Lo abrí... Escrito a modo de diario, había ido poniendo día a días desde aquella tarde de otoño en que nos despedimos después de la tormenta, una frase para mí.
Todas encabezadas igual:

"... Madrid, x de x de 200x.....

Tacones......................."

Y así, día a día hasta este en que estaba sentado a mi lado en el salón de casa.
No supe como reaccionar.

Tenía entre mis manos la colección completa de todos sus deseos, sus temores, anhelos... Tenía, un diario en el que había descrito todos los polvos que no estábamos echando, todas las sesiones en que era suya y ya no era, todas las formas posibles de tortura para hacerme feliz, todos los fotogramas de tiempos pasados en sepia...

- Gracias, de veras- dije cerrando el cuaderno...
- No tienes por qué darlas. Conque te arrodilles a mis pies es suficiente.

Y en ese momento, girada con un resorte y como una autómata, le miré y le sonreí con una sonrisa amplia y sin atisbo de duda.
Una sonrisa similar a la que se emplea al comprar la prensa los domingos por la mañana sabiéndote poseedora de todo el día por delante...

- Cuando sonríes pareces otra, ¿te lo había dicho alguna vez, Tacones?
- Sí...

Decidí postrarme encontrado el hueco perfecto que dejaban sus rodillas entreabiertas... Adopté la misma posición que tomaba cuando era su puta y esperaba paciente sus movimientos... Apoyé mi cabeza en su muslo derecho...
Acarició mi coleta que caía sobre su muslo izquierdo...

-No he encontrado a ninguna como tu.
-Lo siento.
-No lo sientes.

Y le sonreí porque no lo sentía. Me alegraba enormemente que durante todo este tiempo de ausencia me hubiese extrañado de una manera tan anormalmente romántica en alguien como él. Me alegraba aún más de que en sus búsquedas ninguna le hubiera complementado tanto como lo hacía yo... Ese regusto de perra en celo le excitaba a él tanto como a mí.

Y permanecimos callados un rato muy largo...
Parecía como si no hubiese pasado más que un rato desde nuestro último encuentro.