14 julio 2006

Hotel Amor

A continuación del hall, las escaleras.
Ya en la habitación me senté en la cama y le miré. Él de pie hizo lo mismo.
Estuvimos un rato así. Observando como se iba devorando el tiempo que restaba para nuestra nueva huída. Esperando otra vía de escape, otra excusa para no volver a vernos durante otra larga temporada.
Estaba decidida a olvidarle cuando terminara aquella noche, superando el miedo y creyendo de veras que lo que hacía sería lo correcto. Que lo justo era volver con Albert, con mi vida y dejar que el hombre que había irrumpido en mi vida tras quince años, volviera a la suya, con sus prisas, sus trabajos, sus estudios de erudito y su Facultad.
Porque, estamos predestinados a no estar juntos. Porque lo nuestro, de todas, todas, es imposible.
Se sentó a mi lado.
Miré su pelo moreno con detenimiento y me pareció que jamás, ni de jóvenes, lo había tenido así de bello.
No había perdido la frescura con los años. Todo lo contrario: las arrugas al borde de sus ojos daban a su expresión un punto de dulzura extra.
Me sentí más joven que nunca, como si el tiempo se hubiera detenido y nos devolviera a aquellas noches verano de hace quince años.
Volvió su vista a mi vestido de gasa blanco, tan parecido a aquel que quedó en el suelo nuestra primera noche. Y se despertaba mi deseo al observar en sus ojos el interés, como si fuéramos dos desconocidos, como si nunca hubiéramos compartido cama.
Agachándose tomó uno de mis tobillos.
Subió por mi pierna izquierda hasta la rodilla.
Desabroché dos botones que dejaron ver mi pecho desnudo.
Se arrodillo delante, como si de pronto quisiera pedirme en matrimonio y tomó mis rodillas entre sus manos cerrando mis piernas.
Apresé el aroma a canela que desprendía su cuerpo y Albert apareció como un espectro en mi memoria, como un espía de mi infidelidad premeditada.
Me acarició el pelo.
Me empujó suavemente hacia delante y besó mis muslos.
Los abrió y lamió su interior.
Reposé mis piernas en sus hombros.
Vio mis bragas blancas, como subían hasta el ombligo. Entonces comenzó a ponérsele dura. Muy dura. Salía casi por la bragueta. Aquella visión le seguía poniendo tan caliente como antes.
Me alegré de comprobar en sus ojos una mirada lasciva de complacencia.
Me apoyé sobre mis antebrazos en la cama mirándole desde una perspectiva casi imposible.
Besó mis bragas.
Mordió sobre ellas con el cuidado de retener entre sus dientes mi clítoris.
Di un grito pequeño muestra de alivio.
Levantó mis nalgas leves.
Apartó lo justo las bragas para que se quedaran en medio de mi coño, dejando al descubierto uno de sus labios hinchados por el deseo.
Mordisqueo y babeo a destajo, sin tregua.
Se enroscó en mi ombligo.
Se puso en pie.
Desabrochó su pantalón que amenazaba con estallar.
Se lo quitó.
Se deshizo del slip dejando el sexo al descubierto.
Uno a uno desabroché el resto de botones que fruncían el vestido a mi cuerpo.
Me quedé desnuda sentada en la cama, con las bragas blancas y sin los zapatos de tacón alto.
Me apoyé sobre mis rodillas.
Él se puso de pie en la cama y me observó desde arriba: cómo cogí su sexo y le besé en el glande.
Luego me puse a cuatro patas y lamí su sexo con ansia, recorriendo con la punta de la lengua desde los tobillos hasta el punto que separa el ano de los genitales.
Qué bueno ese olor a sexo entremezclado con el de nuestro deseo.
Me la metí entera en la boca, sin dilación, apretando contra mi cara su cuerpo. Queriendo arrancar su miembro haciendo degluciones.
Me separé con la misma gana.
Se sentó junto a mí, jugando con mis pechos, besando mi sexo.
Me dio la vuelta y le miré de reojo con una media sonrisa de aprobación. Como si a estas alturas de nuestro reencuentro hicieran falta licencias de algún tipo.
Se dejó caer sobre mí, sentí su peso y refunfuñé de gusto.
Metió su pene entre mis nalgas apresándolo entre ellas y su mano se escurrió hasta mi sexo frotándolo fuerte.
Húmedos los dos, ansiados de estar dentro el uno del otro, enredados en un solo cuerpo, abrió mi culo y se metió despacio.
Él sabe que estoy diseñada para el sexo y me retorcí, me encogí, me dilaté, moviéndome a un ritmo pausado para que pudiera entrar hasta el fondo.
Una vez así me incorporé hasta quedar mis pechos más a su mano para que pudiera disponer de ellos a su gusto.
-Fóllame- le dije.
Y nos follamos hasta quedar exhaustos, hasta dejar dentro de mí la última gota de su aliento.
Hasta caer yo con mi melena melena morena sobre la sábana blanca.
Hasta saber que, a partir de ese día, ni él ni yo seríamos los mismos.

Hotel Amor

A continuación del hall, las escaleras.
Ya en la habitación me senté en la cama y le miré. Él de pie hizo lo mismo.
Estuvimos un rato así. Observando como se iba devorando el tiempo que restaba para nuestra nueva huída. Esperando otra vía de escape, otra excusa para no volver a vernos durante otra larga temporada.
Estaba decidida a olvidarle cuando terminara aquella noche, superando el miedo y creyendo de veras que lo que hacía sería lo correcto. Que lo justo era volver con Albert, con mi vida y dejar que el hombre que había irrumpido en mi vida tras quince años, volviera a la suya, con sus prisas, sus trabajos, sus estudios de erudito y su Facultad.
Porque, estamos predestinados a no estar juntos. Porque lo nuestro, de todas, todas, es imposible.
Se sentó a mi lado.
Miré su pelo moreno con detenimiento y me pareció que jamás, ni de jóvenes, lo había tenido así de bello.
No había perdido la frescura con los años. Todo lo contrario: las arrugas al borde de sus ojos daban a su expresión un punto de dulzura extra.
Me sentí más joven que nunca, como si el tiempo se hubiera detenido y nos devolviera a aquellas noches verano de hace quince años.
Volvió su vista a mi vestido de gasa blanco, tan parecido a aquel que quedó en el suelo nuestra primera noche. Y se despertaba mi deseo al observar en sus ojos el interés, como si fuéramos dos desconocidos, como si nunca hubiéramos compartido cama.
Agachándose tomó uno de mis tobillos.
Subió por mi pierna izquierda hasta la rodilla.
Desabroché dos botones que dejaron ver mi pecho desnudo.
Se arrodillo delante, como si de pronto quisiera pedirme en matrimonio y tomó mis rodillas entre sus manos cerrando mis piernas.
Apresé el aroma a canela que desprendía su cuerpo y Albert apareció como un espectro en mi memoria, como un espía de mi infidelidad premeditada.
Me acarició el pelo.
Me empujó suavemente hacia delante y besó mis muslos.
Los abrió y lamió su interior.
Reposé mis piernas en sus hombros.
Vio mis bragas blancas, como subían hasta el ombligo. Entonces comenzó a ponérsele dura. Muy dura. Salía casi por la bragueta. Aquella visión le seguía poniendo tan caliente como antes.
Me alegré de comprobar en sus ojos una mirada lasciva de complacencia.
Me apoyé sobre mis antebrazos en la cama mirándole desde una perspectiva casi imposible.
Besó mis bragas.
Mordió sobre ellas con el cuidado de retener entre sus dientes mi clítoris.
Di un grito pequeño muestra de alivio.
Levantó mis nalgas leves.
Apartó lo justo las bragas para que se quedaran en medio de mi coño, dejando al descubierto uno de sus labios hinchados por el deseo.
Mordisqueo y babeo a destajo, sin tregua.
Se enroscó en mi ombligo.
Se puso en pie.
Desabrochó su pantalón que amenazaba con estallar.
Se lo quitó.
Se deshizo del slip dejando el sexo al descubierto.
Uno a uno desabroché el resto de botones que fruncían el vestido a mi cuerpo.
Me quedé desnuda sentada en la cama, con las bragas blancas y sin los zapatos de tacón alto.
Me apoyé sobre mis rodillas.
Él se puso de pie en la cama y me observó desde arriba: cómo cogí su sexo y le besé en el glande.
Luego me puse a cuatro patas y lamí su sexo con ansia, recorriendo con la punta de la lengua desde los tobillos hasta el punto que separa el ano de los genitales.
Qué bueno ese olor a sexo entremezclado con el de nuestro deseo.
Me la metí entera en la boca, sin dilación, apretando contra mi cara su cuerpo. Queriendo arrancar su miembro haciendo degluciones.
Me separé con la misma gana.
Se sentó junto a mí, jugando con mis pechos, besando mi sexo.
Me dio la vuelta y le miré de reojo con una media sonrisa de aprobación. Como si a estas alturas de nuestro reencuentro hicieran falta licencias de algún tipo.
Se dejó caer sobre mí, sentí su peso y refunfuñé de gusto.
Metió su pene entre mis nalgas apresándolo entre ellas y su mano se escurrió hasta mi sexo frotándolo fuerte.
Húmedos los dos, ansiados de estar dentro el uno del otro, enredados en un solo cuerpo, abrió mi culo y se metió despacio.
Él sabe que estoy diseñada para el sexo y me retorcí, me encogí, me dilaté, moviéndome a un ritmo pausado para que pudiera entrar hasta el fondo.
Una vez así me incorporé hasta quedar mis pechos más a su mano para que pudiera disponer de ellos a su gusto.
-Fóllame- le dije.
Y nos follamos hasta quedar exhaustos, hasta dejar dentro de mí la última gota de su aliento.
Hasta caer yo con mi melena melena morena sobre la sábana blanca.
Hasta saber que, a partir de ese día, ni él ni yo seríamos los mismos.

08 julio 2006

Instante


No existe ningún momento que se pueda equiparar a "después de..."