Antes, cuando era más jóven, me refiero, me gustaba pasar la noche en vela follando.
Así, como suena. Sin hacer otra cosa con mi partener que eso. Bueno, alguna otra cosa también, pero relacionada de manera inexorable con el sexo.
Toda una noche dale que te pego al asunto. Sudando, dejándonos la piel en cada movimiento. Aplicando en cada nuevo acto todas nuestras fuerzas, echando el resto; como animales salvajes en plena lucha, como si aquellas noches y aquellos polvos fueran los últimos de nuestras vidas, o de aquella noche, que era mucho peor que el fin del mundo, porque sabíamos que tras terminar ya no tendríamos nada.
Qué cansado.
Ese ímpetu lo dan los años, claro.
De ningún otro modo el sexo vuelve a ser experimentado con la misma intesidad que cuando aún no pisas la veintena.
Es en ese tramo de la vida, cuando tampoco tienes otras preocupaciones que no sean las destinadas a procurarse placer, o a procurarles placer a otros (siempre y cuando revierta también en una, eso sí) el sexo es algo así como el epicentro de la existencia.
Son unos años de autocomplacencia, de cañas de cerveza y tabaco, de algún aditivo ilegal y todo el tiempo del mundo para servirnos.
El descubrimiento de un buen polvo hace que el resto no tenga importancia, y joder si se convierte en lo más importante: "quiero ser la mejor folladora del mundo", o "follador", según el caso.
Sin más que el yo en primera instancia y el yo en segunda y tercera, el estar con otro es una puesta a prueba de las habilidades de uno mismo.
Conforme los años pasan, el sexo se enriquece.
Jodido tópico certero, pero con matices.
Más que enriquecerse se reconforta uno con él.
En la mayoría de los casos, llegados a una edad, el sexo se condiciona a la vida, a lo que de ella hemos hecho y al final acabamos follando como vivimos y en la cama somos una extensión de la oficina, de la empresa, de todo lo que conforma nuestra cotidianidad, nuestra rutina.
Para mí el sexo conforme han ido pasando mis años, se ha convertido en algo menos importante, menos serio, más de disfrute de los sentidos sin prestar demasiada atención a ese afán orgasmal.
Ahora es mucho más divertido que cuando comencé a practicarlo; De mucho más provecho que en mi época juvenil.
Ahora es cuando el sexo es verdaderamente sexo, porque comenzamos a sacarlo de nuestra cabeza para convertirlo en un verdadero juego de los sentidos.
Y eso que tengo menos tiempo y más preocupaciones, y más complicaciones de pareja, y más parejas complicadas, y días más largos que cuando tenía veinte años, y noches que se me hacen mucho más cortas, y hombres y mujeres tan infelices en algunos casos, que al final, en la cama, acaban necesitando más de psicoanálisis que de orgasmos.
Si no viviera el sexo como lo vivo, yo no sería yo. Ni el sexo sería sexo para mí.
Y mira que, a veces, echo de menos un vuelta a los veinte (pero eso sí: sabiendo todo lo que sé ahora, ¿no?)