-Sí, gracias… Aunque la preferiría a usted.
Le sonreí.
Pinché un trozo de tortilla que deposité en su boca entreabierta.
Masticó pausadamente mientras nos mirábamos a los ojos.
-Soy Tacones, no sé si es prematuro afirmarlo pero, un placer conocerle.
Le tendí mi mano para estrechar la suya.
-Albert, y sí, será un placer haberme conocido.
Tomó mí mano y la besó, como si fuera un antiguo caballero y yo una dama boba.
Me hizo gracia su gesto, acompañado de una pequeña reverencia que hizo caer sus lentes hasta la mitad de la nariz.
De pronto ¡zas!: El sexo diciendo que era el momento de la conquista y el cerebro recordándome que tenía toda la pinta de que le habían dado día libre en el frenopático
A dos bandas la disputa.
En cualquier caso, no tenía nada que perder. Y mucho menos si Albert era un desordenado mental, porque, ni es el primero ni tampoco, me asusta compartir barra con alguien que tiene un punto de vista peculiar sobre el mundo.
Algo ganaba en el ring del pensamiento, y era el instinto: derrotaba por K.O. a las ganas de sexo (que he de reconocer iban creciendo) y a la duda cartesiana de si estaba en sus cabales o más ido que una sonaja.
El instinto que me incitaba a conocer todo sobre ese hombre, que me invitaba a seguirle, a descubrirle, a pillarle in fraganti…
Algo me decía que Albert era un jodido y maravilloso libro cerrado; una caja de Pandora en el exilio, una lámpara del tesoro enterrada…
Algo me decía que en Albert, todo era reciclable.
Mandé callar al sexo y al cerebro… “Un poco de orden, por todos los astros, que todos tendréis vuestro momento… Dejadme a mí al instinto, que no se me da mal manejarlo…”
Dicho y hecho: a rodar…
-Le invito a una caña Albert, así podremos comernos cada cual nuestra parte de la tortilla. ¿No cree?
-No, no creo. Soy ateo desde antes de saber de la existencia de Dios.
-Qué majo es usted. ¿Se comporta siempre así o sólo conmigo?
-Sólo con usted, Tacones.
-Un alivio.
Carlos rellenó los vasos y puso otra tortilla. La noche, como la tortilla, se iba haciendo redonda. Carlos me conoce desde hace tantos años que ya ni me acuerdo. Me guiñó un ojo cómplice antes de entrar de nuevo a su cocina.
-¿Es usted siempre así?- me espetó sin dilaciones dándome con mis mismas interrogaciones en las narices.
Me reí a carcajadas.
-¿Siempre cómo?
Me sostuvo la barbilla, pinchó un trozo de su tortilla y la introdujo suavemente en mi boca.
-Tan excitante.
Trague saliva y las ganas de haberle dado un mordisco en su sexo en ese mismo momento…
-No, sólo cuando comparto tortilla con un desconocido.
-Un alivio.
Era mi turno: volví a pinchar la tortilla dichosa y a depositarla en su boca… Carnosa, impredecible. Una cueva de dientes perlados, perfectos, cuidados…
Una boca que olía a canela también.
Los minutos se empeñaron en pasar a cámara lenta, tal vez con una intención de soslayo: que captase todos los detalles de Albert…
Albert es un varón alto, corpulento… Tiene la piel cobriza, como si le hubiera estado dando el sol de lejos, sin llegar al moreno y sobrepasando el dorado…
Ojos grandes abiertos al mundo, oscuros. Se pierde la pupila en el abismo de su mirada azabache.
Albert es hombre de manos grandes. Al mirarlas pensé en cómo me agarraría y elevaría si alguna vez coincidíamos en la cama… Le sobraría una para alzarme en volandas…
Vestía aquella noche una discreta camiseta negra sobre un vaquero y, bajo el vaquero, unas zapatillas de deporte.
Y un olor a canela que lo llenaba todo. Que drogaba. Que daba a su presencia una nota de suspense.
-Si llego a saber que hoy la encontraría aquí, me hubiera arreglado, Tacones.
Tal vez fue indiscreta mi forma de observarle…
-Se me olvidó avisarle de que hoy vendría. La próxima vez, le daré tiempo.
-¿Le apetece otra cerveza, Tacones, o tiene que volver al sitio donde la esperan?
Fue ahí cuando supe que Albert tenía pareja; el jodido instinto, o tal vez, la experiencia de toda una vida compartida con hombres casados.
Le descubrió su mirada lasciva: Una mirada única que sólo saben poner los hombres casados antes de su primera infidelidad. Inconfundible.
-¿Qué piensas decirle a tu mujer esta noche, Albert, si no te gusta el fútbol?- me aventuré a preguntarle.
Albert me sonrió…
-Le diré que me he entretenido mirando Tacones.