16 mayo 2006

Albert, Parte Segunda: Mareando la Perdiz


-Sí, gracias… Aunque la preferiría a usted.

Le sonreí.
Pinché un trozo de tortilla que deposité en su boca entreabierta.
Masticó pausadamente mientras nos mirábamos a los ojos.

-Soy Tacones, no sé si es prematuro afirmarlo pero, un placer conocerle.

Le tendí mi mano para estrechar la suya.

-Albert, y sí, será un placer haberme conocido.

Tomó mí mano y la besó, como si fuera un antiguo caballero y yo una dama boba.
Me hizo gracia su gesto, acompañado de una pequeña reverencia que hizo caer sus lentes hasta la mitad de la nariz.
De pronto ¡zas!: El sexo diciendo que era el momento de la conquista y el cerebro recordándome que tenía toda la pinta de que le habían dado día libre en el frenopático
A dos bandas la disputa.
En cualquier caso, no tenía nada que perder. Y mucho menos si Albert era un desordenado mental, porque, ni es el primero ni tampoco, me asusta compartir barra con alguien que tiene un punto de vista peculiar sobre el mundo.
Algo ganaba en el ring del pensamiento, y era el instinto: derrotaba por K.O. a las ganas de sexo (que he de reconocer iban creciendo) y a la duda cartesiana de si estaba en sus cabales o más ido que una sonaja.
El instinto que me incitaba a conocer todo sobre ese hombre, que me invitaba a seguirle, a descubrirle, a pillarle in fraganti…
Algo me decía que Albert era un jodido y maravilloso libro cerrado; una caja de Pandora en el exilio, una lámpara del tesoro enterrada…
Algo me decía que en Albert, todo era reciclable.
Mandé callar al sexo y al cerebro… “Un poco de orden, por todos los astros, que todos tendréis vuestro momento… Dejadme a mí al instinto, que no se me da mal manejarlo…”
Dicho y hecho: a rodar…

-Le invito a una caña Albert, así podremos comernos cada cual nuestra parte de la tortilla. ¿No cree?
-No, no creo. Soy ateo desde antes de saber de la existencia de Dios.
-Qué majo es usted. ¿Se comporta siempre así o sólo conmigo?
-Sólo con usted, Tacones.
-Un alivio.

Carlos rellenó los vasos y puso otra tortilla. La noche, como la tortilla, se iba haciendo redonda. Carlos me conoce desde hace tantos años que ya ni me acuerdo. Me guiñó un ojo cómplice antes de entrar de nuevo a su cocina.

-¿Es usted siempre así?- me espetó sin dilaciones dándome con mis mismas interrogaciones en las narices.

Me reí a carcajadas.

-¿Siempre cómo?

Me sostuvo la barbilla, pinchó un trozo de su tortilla y la introdujo suavemente en mi boca.

-Tan excitante.

Trague saliva y las ganas de haberle dado un mordisco en su sexo en ese mismo momento…

-No, sólo cuando comparto tortilla con un desconocido.
-Un alivio.

Era mi turno: volví a pinchar la tortilla dichosa y a depositarla en su boca… Carnosa, impredecible. Una cueva de dientes perlados, perfectos, cuidados…
Una boca que olía a canela también.

Los minutos se empeñaron en pasar a cámara lenta, tal vez con una intención de soslayo: que captase todos los detalles de Albert…
Albert es un varón alto, corpulento… Tiene la piel cobriza, como si le hubiera estado dando el sol de lejos, sin llegar al moreno y sobrepasando el dorado…
Ojos grandes abiertos al mundo, oscuros. Se pierde la pupila en el abismo de su mirada azabache.
Albert es hombre de manos grandes. Al mirarlas pensé en cómo me agarraría y elevaría si alguna vez coincidíamos en la cama… Le sobraría una para alzarme en volandas…
Vestía aquella noche una discreta camiseta negra sobre un vaquero y, bajo el vaquero, unas zapatillas de deporte.
Y un olor a canela que lo llenaba todo. Que drogaba. Que daba a su presencia una nota de suspense.

-Si llego a saber que hoy la encontraría aquí, me hubiera arreglado, Tacones.

Tal vez fue indiscreta mi forma de observarle…

-Se me olvidó avisarle de que hoy vendría. La próxima vez, le daré tiempo.
-¿Le apetece otra cerveza, Tacones, o tiene que volver al sitio donde la esperan?

Fue ahí cuando supe que Albert tenía pareja; el jodido instinto, o tal vez, la experiencia de toda una vida compartida con hombres casados.
Le descubrió su mirada lasciva: Una mirada única que sólo saben poner los hombres casados antes de su primera infidelidad. Inconfundible.

-¿Qué piensas decirle a tu mujer esta noche, Albert, si no te gusta el fútbol?- me aventuré a preguntarle.

Albert me sonrió…

-Le diré que me he entretenido mirando Tacones.

15 mayo 2006

Albert, Parte Primera: La Tortilla.



Conocí a Albert por casualidad.

Hace unos domingos, demasiados ya, decidí salir a pasear mi ciudad. Dejé a un José Luís tumbado en el sofá, atareado con su adicción a la papiroflexia.
Me gustan los domingos porque suelen salir a pasear los malditos, los aburridos, los solitarios, las putas, los indecentes, los genios, los tontos, y, casi siempre, puedes esperar las mejores cosas de gentes así.

Recorrí Plaza Nueva, plagada de guiris con cara de “yo me quedaría aquí para siempre”, como si para ellos los lunes no existiesen…
Necesitaba una parada, un alto en el camino, una caña fresquita y un cigarrillo.
En un garito que frecuento a menudo escuché a Edith Piaff, ¿cómo no iba a entrar allí de nuevo? ¿Para qué cambiar de parroquia?

-¿Qué tal Tacones?
-Bien, terminando la semana… Ponme una caña y una tapa que te haga famoso…

Me senté en una banqueta en la esquina de la barra. Crucé mis piernas desnudas como una equilibrista. Aparté un vaso vacío y releí el titular del País que reposaba debajo de unas cuantas aceitunas apeadas de su plato…
No había hecho si no poner el culo e intentar acomodarme, cuando un varón treintón con cara de pocos amigos me clavó la mirada indiscretamente…

-¿Qué?- le dije.
-Disculpe, pero yo estaba sentado ahí. Ese es mi vaso y ese mi periódico.
-Lo siento. Pensé que no había nadie.
-Ustedes siempre piensan con prisas…
-¿Perdón?
-Nada, nada. ¿También soy invisible para usted? Mire, aquí estaban mis cosas, incluso mi paquete de tabaco, ¿no lo había visto acaso? Todo correctamente puesto en la barra.

“Pirado a las tres y media” me dije “¿Qué habré hecho yo en esta vida para que me toquen al lado todos los perturbados de Granada?”

-Siento de veras si le he molestado, caballero.

Le cedí su sitio… El cocinero del garito salió para romper la tensión creada en ese momento:

-Su cañita Tacones, y un pincho de tortilla divino, recién hecho para usted…
-¡Con esta tapa no te haces famoso, Carlos, pero bueno, has acertado!!- le dije dándole un beso.

El perturbado seguía mirándome como si fuera una atracción de feria: de arriba abajo. Escrutándome, sacándome punta, afilando la mirada y repiqueteando unos dedos nerviosos en el servilletero a modo de caja…
Consciente de la situación, incómoda por su persistencia visual, sólo se me ocurrió ofrecerle un poco de mi tapa, por si se había quedado con hambre y porque, al menos, estaría entretenido en otra cosa…

-¿Quiere un poco de tortilla?

El caballero se inclinó hacia mí y pude percibir un olor a canela que hasta entonces había pasado desapercibido…
Me apartó el pelo de la cara, se me acercó al oído, lamió el lóbulo de mi oreja…

-Sí, gracias… Aunque la prefiero a usted.

09 mayo 2006

On Line



Anoche llegué tarde a mi cita con Pablo.
Ya me había duchado, perfumado los tobillos, las ingles, debajo del pecho, la nuca, los lóbulos de las orejas, maquillado los pezones con un tono rosado para marcar la palidez del seno; Había peinado la melena de manera que reposase sobre un hombro, colocados los pendientes, la pulsera, el collar ajustado al cuello, la tobillera al tobillo; Había arreglado mi sexo para que estuviera a punto, retocando con un poco de carmín sus labios.

Iba a ponerme los zapatos adecuados para trajinarme a Pablo…

-¿Te vas?

José Luís me miraba desde el quicio de la puerta de mi dormitorio con su cigarrillo de liar al borde de la quemadura en sus labios.

-Sí, alcánzame esos zapatos…
-¿Sientes la necesidad de encontrarte con él?

No sabía bien a qué venía esa estúpida pregunta…
Calzados los zapatos, aún desnuda, iba recogiendo todo lo necesario en el bolso…

-Dame el móvil, por favor, está justo ahí…
-¿Y si no te dejo marchar?
Le sonreí con sorna mientras dejaba el bolso en el suelo, junto a la cama…

-Dame un cigarrillo, no seas imbécil…
-Déjame que te fotografíe así…
-No tengo tiempo José Luís, llego tarde. Otro día me desnudas y haces lo que te de la gana.
-Quiero atrapar esa expresión “de antes de follar” que se te pone, Tacones.
-Eres un vicioso…
-Pero eso ya lo sabías…

Comenzó a reír.
A desabrocharse la camisa mao que le sienta tan bien.
A quitarse el pantalón…
A masturbarse…

Y me puso caliente… Me apoyé en la pared mientras él se recostaba en la cama con su orgía singular entre las manos.
Yo: fumando con placer, mirando con ojos obscenos, contaminados, libidinosos…

Estaba segura de que Pablo me echaría de menos si llegaba tarde. Le haría sufrir un poquito. Justo lo necesario como para tener el agua al cuello y saber que no podría joder conmigo tranquilo, sin recibir antes diez llamadas de su mujer…

Apagué el cigarro cuando llegó a su fin…

Me acerqué al sexo de José Luís que se alzaba como un tótem místico…

Subí a la cama con los tacones aplastando un colchón que amenazaba con estallar…

Abrí mis piernas dejando mi coño a la altura de ese pene que amenazaba con atravesarme…

Fui bajando suavemente, hasta estar casi en cuclillas… Notando su glande acariciar mis labios recién pintados…

Apoyé las palmas de las manos a cada lado de las piernas de José Luís y me senté encima de él…

Su falo ardiendo en mí…

Tras unos movimientos lentos, comenzaron las sacudidas, los gemidos…

Me tendí sobre él atrapándole con mis piernas esta vez cerradas…

Sonó mí móvil…

Estaba a mano, lo cogí, era Albert: esa “X”, esa incógnita hasta ayer que hoy ya tiene nombre…

Descolgué…

Le dejé allí, escuchando, escuchándonos…

José Luís folla como un jodido griego… Sin tregua, llenando mi coño hasta casi notarlo en el vientre…

Al terminar colgué el teléfono…

Me vestí para acudir a mi cita con Pablo...

Ya en el coche, decidí que escuchar a Astrud Gilberto era la mejor opción para continuar una noche de primavera…


08 mayo 2006

Ellos


Antes de que puedas controlarlo, alguien pasa a formar parte de tus rutinas acoplándose de tal forma a las mismas, que ya se vuelve imprescindible.
Tal vez a él no te una nada, seáis dos desconocidos o la vida os haya hecho encontraos por una conjunción astral determinada, el caso es que está. Qué es. Y que, de alguna manera, ya no puedes imaginar tu día sin su presencia.
Esto es lo que me pasa.
Dos hombres se han colado en mi vida.
Dos hombres están copando demasiadas parcelas de mi terreno.
No sé cómo pararlos, en todo caso, estoy convencida de que no quiero que paren, porque me excitan, porque me gustan. Porque soy más yo cuando estoy con ellos.
Llegan hasta tal punto a ponerme a cien en todos los aspectos posibles y narrables, que estoy pensando seriamente dejar de lado el resto de mis relaciones: no porque supongan una carga, o me sienta cansada de cumplir semanalmente con esas citas que me divierten, es más, la tentativa de abandonarlos la asumo como el producto del deseo de retarme a mí misma, de saber hasta dónde sería capaz de llegar.
Por ahora, dejo esta intentona golpista a mi agenda en pause: tampoco podría concebir de buenas a primeras mis noches vacías de esos hombres que llevan años acompañándome.
Hasta el día de hoy, creo que es demasiado el tiempo que invierto en estos dos nuevos hombres, o ellos en mí, y es que no sé bien, quién da más en esta partida a tres bandas.
Jose Luis actualmente vive más en mi casa que en la suya, y me molesta. Me agobia. No lo soporto, pero me siento inevitablemente unida a su perfume. A su sexo. A su modo peculiar de mirar el mundo a través de sus lentes, de su objetivo, siempre al acecho del gesto más conveniente, de la escena más sobrecogedora.
Incluso creo que me he acostumbrado a su manía de dejar todas sus anotaciones en cualquier rincón, sus fotos y su estudio de revelado improvisado en el cuarto de baño, su fetichismo de tomar todos mis zapatos y fotografiarlos uno por uno sin hacérmelos calzar.
Lo que en un principio apuntaba a una aventura fallida como las que hemos tenido siempre, ahora me asusta por su continuidad. Su permanencia en mi tiempo. Su deseo infatigable de saberse único en mi vida.
Craso error.
Aparece en ella un nuevo hombre. Un candidato ideal para ocupar la noche de los martes o de los jueves por ajustarse su perfil al puesto casi al dedillo: hombre joven, casado, intelectual, periodista, para más señas. Entregado a una rutina jovial de parejita con hijo y ganas. Ganas que incluyen, tal vez, el atrezar su modélica vida con una amante. Cosa que a mí, particularmente, me resulta de interés.
Atractivo físicamente: de la cabeza a los pies tiene el semblante del que te hace gozar en la cama… Y vaya si lo hace: de todos los hombres con los que he compartido lecho, sin dudas “X” los vence por goleada.
Un orgasmo con él suele ser tan perfecto que te deja con ganas de más.
Y para mí, ese es el mejor síntoma de un buen amante.
Hombre lento, cuidadoso, metódico. Correcto en su forma y canalla en su fondo…
He sucumbido como una quinceañera a sus encantos: consciente, dejándome, anotando cada nuevo descubrimiento con él como si se tratase de las primeras veces.
Etapa de conquista abierta, partida en tablas y deseosa de conocer las estrategias y jugadas de este candidato.

Así me encuentro en estos días de primavera, de alergias, en los que el trabajo se multiplica como una plaga y las noches invitan simplemente a continuar…

Mi pajarraco, bien, gracias. Fiel a su serenata nocturna.

Por lo demás, el mundo sigue tan desgastado como de costumbre, pero eso ya lo sabían ustedes.