20 enero 2006

Al final de este viaje...

Me has dejado los Martes vacíos Fernando, también el recuerdo se ha quedado un poco descolgado sin tin. Nuestros zapatos están en el armario, colocados en su caja rosa. Te los llevaría al cementerio, pero me parece una broma de mal gusto para Rosario, tu mujer.
La próxima vez que tengas tanta prisa en morirte avisa, coño, me hubiera gustado devolverte todos esos besos que se me quedaron en el tintero.
Duerme...
"... A las aladas almas de las rosas, de almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero..."
(De nuestro querido Miguel Hernández, del que tanto aprendimos andando de puntillas)

13 enero 2006

Helena

Durante esta semana he faltado a mis citas sexuales consecutivamente Martes, Miércoles y Jueves; Es más, creo que la de hoy y la de mañana (y no sé si las de las semana que viene) tendré que posponerlas también.
He tenido un visitante imprevisto en casa. Se ha plantado de pronto en mi tranquila morada, acribillando mi timbre, con sus maletas de piel de vaca muerta y sus botas a juego, y su chaqueta también, y con una sonrisa a lo Charlie River que ponía los pelos de punta al más pintado, una vieja amiga.
Helena se echó a llorar justo cuando abrí la puerta. Me pidió auxilio político y si por favor le ponía una vez y otra y otra la película: “Cosas que nunca te dije”.
“Malditos Tacones” me dije “ésta se te instala”. Y se metió con su rimel corrido, con su maquillaje impermeable hecho una birria, dando taconazos hasta el salón.
-Joder Tacones, ¿todavía tienes este colorín chillón?- me dijo sollozando como un bebé en pleno cólico del lactante.
-Ya sabes que es recuerdo de familia Helena.
Le puso un trapo por encima para que el pobre no viera lo que se nos venía encima (qué suerte tuvo el canalla, ya me lo podría haber puesto a mí) y tal cual, se me abrazó como si yo fuera una tabla de salvación, una vigilante de la playa que acabara de rescatarla de un naufragio en patera.
Helena se había casado con un arquitecto progre cuando aún no tenía ni veinte años y él ya había pasado por aquel entonces los cuarenta. Ahora, tras descubrir unos cuernos tan grandes como el Banco de España, Helena sentía que su poder como fémina dominante había quedado a la altura del betún.
Mi vieja amiga, que siempre había pensando que una Lolita como ella era insustituible, se había dado de bruces con que su esposo, estaba enrollado con una moza de su quinta: “con arrugas además”, como me decía Helena, “con michelines”, que usaba una 46 (como si eso fuera un dilema existencial digno de una meditación kantiana) y que no había pasado por cirugía cosmética porque pensaba que, de esa guisa, seguía siendo atractiva.
Y joder, debía serlo, porque su marido había cambiado a un bombón treintañero por una onza de chocolate.
Demasiada información para cuando eran las doce de la noche tras un día de trabajo.
-Helena cielo, quédate aquí el tiempo que necesites, instálate, relájate, tómate un Diazepam y mañana hablamos.
Y mientras seguía llorando como una magdalena se pegó una ducha, le preparé una ensalada, la acosté en la cama que tengo para casos de emergencia y me acosté yo.
No pasó mucho tiempo hasta que Helena, suave, aterciopelada, oliendo como olía siempre a Chanel, se metió en la cama conmigo. Y de nuevo, como hacía cuando aún éramos jóvenes y dinámicas, se arqueó para abrazarme, y rozar con sus uñas de manicura francesa uno de mis pezones. Y apartar mi pelo para besarme justo detrás de mi oreja derecha… Y entrelazar su mano por entre mis piernas y subirla hasta el ombligo…
Y yo me di la vuelta. Y correspondí el trazado de su caricia, dibujando sus labios sobre su boca con la punta de mi lengua…
Y, sin zapatos que se interpusieran entre ambas, sentí útil cada uno de mis dedos.

10 enero 2006

Mi vida conmigo

Cada día tiene un hombre, excepto el domingo, que lo tiene si mi libre albedrío decide tenerlo. Sí. Mí semana es un calendario con nombres propios. Lunes: Pablo. Martes: Fernando. Miércoles: Ismael. Jueves: Igor. Viernes: Leandro. Sábado: el mismo Ismael del Miércoles. Domingo: Yo.
Ésta que, de entre todos, decidió ponerse como sobrenombre Malditos Tacones por ser el utensilio con el que me siento más mujer, ahora decide plasmar con una cara dura digna de cualquier político, sus vivencias: pocas, escasas, rutinarias, pero divinamente seductoras. No concibo mis noches, ni mis hombres, sino encadenada a los zapatos que ellos usan como fetiches y, por ende, a todo lo que mis amantes enlazan a esos zapatos haciendo de mí una actriz impecable con un dominio de la improvisación que ya la quisieran para sí, muchos profesionales de la farándula.
El resto del día, mi vida transcurre plácidamente: Mi trabajo. Que me gusta, que lo hago bien y que gusta. Mi casa. Y un pajarraco chillón que vive conmigo y que, dudo que sea, como dicen mis amigos, un colorín. Con esos berridos estoy segura de que debe ser una oca camuflada.
El cómo acabé teniendo pareja diaria no es demasiado complejo. Harta de parejas “estables” con las que, pasado el tiempo, no tenía otra conversación fuera del “bueno sí, mañana hablamos. Tengo prisa hoy, cielo”, decidí mantener una relación perfecta, duradera, sin todos los engorros que conlleva el matrimonio o la pareja. Y justo por tal motivo, tengo un hombre para cada día. Y también, por todo esto, decidí que los hombres con los que compartiera mi vida, tendrían que tener, al menos, tres requisitos:
1. Estar casados, y bien casados.
2. Hombres a los que no conociera de nada y a los que el destino hubiera puesto, casualmente, allí…
3. Que fueran diametralmente opuestos entre ellos.
Tal vez ustedes piensen que me dedico a un tipo de prostitución encubierta. Que soy una puta autosuficiente de este siglo XXI. Bien, perfecto. Pero desde ese primer día en el que Ismael se cruzó conmigo, tomé como norma no percibir ni un céntimo de todos los amantes que tuviera. Ni un regalo siquiera. Ni una invitación, ni un detalle. Sólo sus zapatos y atrezzos para nuestros encuentros sexuales.
Esta es la forma de relación que quiero. Como quien elige el matrimonio, la castidad o la soltería. Y, por eso, que yo sepa, no se cobra.
Y así llevo años. Felizmente amante de cinco hombres a los que no amo.