19 diciembre 2006

Tiempos Pasados...

-Me hubiera gustado conocerte antes.

-¿Antes de qué?- me dijo mientras servía unas copas.

Las fotografías, en la mayor parte de las ocasiones, me resultan antipáticas. No por otro motivo en especial como por el recuerdo que llevan ancladas.
Y a mí me gusta recordar solo en momentos puntuales.

-Antes, Doctor.

Me acercó la copa. Se sentó a mi lado y miró conmigo la fotografía que había tomado prestada de uno de sus estantes.
La recogió, la sopesó y se puso en pie.

-Tiempos pasados no fueron mejores que estos. Ni siquiera iguales.

-Ya…

-El espacio-tiempo, que tiene estos caprichos Tacones. Además, ¿es que no te gusta este Doctor que tienes ahora entre manos?

-Sí, claro que me gusta.

Y me recosté en su diván desnuda.

Dejé la fotografía en el suelo. Apoyé la copa en mi vientre. Cerré los ojos: desvelaba a veinteañero tras unas gafas de sol tamaño telefunken con un gesto de afanado esmero mientras escribe algo…
De fondo, un mar que engulle el resto.
A su derecha, una taza de café medio llena o medio vacía, vete tú a saber.
Un cigarro consumiéndose y alguien del otro lado fotografiándolo. Una mujer. Una mujer de las muchas que le habrán gozado. A las que le habrá dado un placer similar al que a mí me da. Con otra intensidad… Más o menos… En las mismas posturas o en diferentes.

Daba igual. Esa es la parte del pasado que menos me importaba. O por lo menos hasta ese momento de mínimo nirvana ensimismada en mis pensamientos.

-¿En qué piensas Tacones?

-En que me hubiera gustado conocerte antes.

Conectó la canción adecuada y se marcó unos pasos improvisados en el centro del salón.

-¿Cuándo?- tarareó al ritmo de la música.

-Cuando no teníamos pasado. Ni presente. Ni un destino que nos marcara en el tiempo. Cuando la vida pasaba como un trazo por nosotros y le hablábamos de tú.

-Baila conmigo, Tacones…

Y me levantó despacio y bailamos.

Siempre he preferido bailar desnuda que vestida. Tocar sin impedimento el cuerpo del acompañante. Percibir el vello erizado o las contracciones de los músculos.

Luego está el olor que desprenden los cuerpos en esa forma. Inigualable a otro conocido. Es tan cercano el perfume de la pareja que se hace irresistible… Y en ese momento lo era…

Le mordí en el cuello con una suave presión. Él correspondió agarrando con sus dientes el labio inferior.

Terminó la canción en ese momento, cuando ya estábamos tan excitados que notaba su sexo erecto cercano al mío.
Qué mejor que, de cuclillas, besarlo en ese instante en el que el resto de la estancia estaba de más.

La perspectiva del hombre en esa postura es interesante: cualquiera de ellos parece mucho más varón si es observado desde abajo.

Su respuesta, inequívoca: bajar los ojos hasta encontrarse con los míos que se alzaban y sonreír maliciosamente.

Trabajé despacio. Con todo el tiempo del mundo.

La felación requiere su técnica, así que, mientras la practico no me gusta que me molesten, ni que me interrumpan o que se afanen con excitarme a la vez, porque la excitación llega sola simplemente haciéndolo… Prefiero que me enciendan un pitillo, fumarlo lentamente para darle más juego al juego, lamer su pierna desde el tobillo, parar de rodillas un segundo para mirarle…

No podía ser de otro modo: al tiempo, la pretensión de una penetración oral por su parte. Accedí aún a pesar de lo incómodo de llevarla a cabo totalmente por la postura en la que me encontraba.

Qué placer.

Eyaculó haciendo diana. Como todo un experto. Lo agradecí.

-Tacones…

-Sí, dime- le respondí mientras recogía mi pelo en una coleta y me sentaba a fumar en una silla junto a un cerro de papeles que sin duda serían diagnósticos de patologías cotidianas…

-Antes no era tan pasado como soy ahora.

-Qué placer…

-¿Otra copa?

-Otra, por favor…

Me levanté y coloqué la fotografía en su sitio pensando que qué coño, que tiempos pasados no fueron mejores y que si el diablo es conocido por algo es por viejo, y no por diablo.

25 noviembre 2006

Ahora

-Me cuesta estar con él… Me cuesta y me excita- le dije a mi amiga Helena.

Porque después de todo, una puede tener un terapeuta que le sirva de puente entre el inconsciente y la realidad una vez en semana, un par si me apuran, pero, ponerse a compartir cama de forma asidua con uno, puede llevarte al borde del caos. Y si es el que te trata, aún más.

Definitivamente, me gusta el sexo.

No el sexo por el sexo, el de una noche.

No por negarlo a priori, o porque a estas alturas me haya convertido en una mojigata de armas tomar, más bien porque ya no sirvo para eso. Para el trajín que supone conocer, conquistar, decidir, evaluar y echar un polvo, a secas, con un desconocido en menos de una noche.

Tal vez sea cierto que con los años una se vuelve más exigente, más rancia, o que pone el listón más alto que cuando tenía treinta años. Pero ahora no cabe todo dentro de mi manera de concebir el sexo.

Porque el sexo ya es algo más.

Pasa incluso a convertirse en una forma de vida de la que tienes que sacar un provecho aún mayor que el placer en sí.
El placer por el placer llega a no ser placentero.
Necesitas que el orgasmo antes que físico sea mental. Que te penetre de tal forma intelectualmente que cree una dependencia, o como quieran llamarlo.

Solo de esa forma me satisface el sexo en esta época.

Él lo consigue. Se lo gana. Se lo trabaja. Y eso me excita tanto como una noche de lujuria desenfrenada.

-¿Y ese era el problema?- resolvió en decirme Helena mientras terminaba de hacerse su linda manicura francesa- pues habrás puesto una pica en Flandes, maja. Cualquiera sabe que a nuestras edades ya no sirve un mete saca.

-No es eso exactamente Helena.

-Hombre… Si su esfuerzo viene acompañado de una buena joya, siempre es doble esfuerzo- carcajeó tintando de blanco la punta de su uña meñique.

Reí. Helena me sentaba bien porque es mi contrapunto. El que estuviera en mi casa pasando un tiempo me agradaba.

Aunque me cueste reconocerlo, se me hacía difícil llegar a una casa nueva y no encontrar nada en ella. Apenas muebles, apenas nada.
Ni mi pájaro, ni José Luís, ni Albert, ni mi agenda hirviendo como una olla a presión.

A principios de Octubre Helena se ofreció a estar conmigo para pasar esta temporada de horas bajas. Siempre ha sido asidua en ayudar a los desfavorecidos, como si fuera una dama de beneficencia de este siglo.
Helena me hacía falta. Sus caricias siempre son bienvenidas.

-Joder Tacones, pero mira que engancharte con tú terapeuta… Pero si ni siquiera está casado. ¿Dónde está la gracia entonces para tí, niña?

Helena se levantó resoplando a sus manos con una afán digno de mejores causas.

-Estoy a gusto con él Helena. Por una vez creo que tengo una relación normal.

-Tú no eres normal Tacones. Lo que pasa es eso. Además él es, como poco, alcohólico. No tiene muy buena pinta que digamos.

-No me jodas Helena…

-Bueno, sí, formáis una pareja al uso, a vuestro uso, eso sí. Tal para cual. ¿Cuánto te va a durar?

Y no tenía ni idea. Me metí en la ducha.

-Lo que dure me basta.

Mientras caía el agua pensaba en las mil formas en la que habíamos jodido en su gabinete. En las mil formas que quedaban y en cómo, entrar por esa puerta, me hacía sentir lo mismo que una caída libre sin paracaídas.

-Bah… Intelectual, intelectual… Déjate de estupideces Tacones, que nos conocemos… ¿Qué coño te ha dado?- gritó Helena al otro lado de la puerta en una especie de monólogo interno que de repente se había hecho externo- ¿seguro que no te estás drogando o algo así?

-Sí Helena, ahora me drogo más que antes- le contesté con desdén mientras el agua me caía a raudales por la espalda.

-¿Por qué no vuelves con José Luís? Sabes… Te echa mucho de menos.

-No eres mi madre Helena, además, de volver, lo haría con Igor, sólo por joderte, guapa.

-Desde luego, eres insufrible, no me meto más, quédate con tu doctor.

-Bien, me quedo con él…

Y se fue mascullando no sé qué sobre mi estado mental. Estado que, por otra parte, no había estado tan lúcido desde hacía décadas. Tan en forma.

Salí desnuda al encentro de Helena.
La besé para reconciliarme y reconciliarla.

-¿Sabes qué coño me da?

-Déjame que te peine, Tacones… No, ¿qué te da?

Y la llevé hasta a mi cuarto para enseñarle la nueva colección de Tacones.

24 septiembre 2006

Segunda Sesión

Llegué puntual.
Abrió la puerta con su aire de estar instalado en otro planeta. Una sonrisa sincera me acogió.

-Buenas tardes, Tacones.
-Doctor…
-Pase, pase… No se quede ahí. Está usted en su consulta.
-Ya… Gracias…

Esta vez la situación se desenvolvía sosegadamente; la sesión anterior permitiría una tregua en esta. O por lo menos yo lo esperaba así.
No debía sucumbir a pesar de escuchar de fondo, apenas audible, a un Tom Waits que musitaba su borrachera en solitario. Era necesario poner en marcha el proceso catalizador, pasar a una catarsis sin resortes.

-Bien, usted dirá.
-Claro, supongo que me toca a mí hablar…
-¿Qué le trae a mí consulta?
-Tengo un problema.
-Tiene usted un problema… Creo que yo también: ¿le importa que me tome un güisqui?
-No, le ayudará. A mí también. Dos hielos, por favor.

Algo de bebida siempre viene bien.
Se sentó sobre un taburete junto a mí, que yacía cuan bella durmiente del siglo XXI en el diván.

-Ese problema, ¿es grave? ¿Cree usted que tiene solución?
-Claro. Estoy segura.
-Vaya mierda de problema entonces.
-Vaya un jodido y sincero terapeuta.

Nos reímos.
Amortiguamos el primer envite.
Bien... Habían pasado cinco minutos, tal vez diez, y no nos habíamos tocado.
Le vi mirarme las piernas, que se perdían bajo mi falda discreta, sin ostentaciones, con su punto justo a media pierna.

-Acabo de mandar mi vida al carajo.
-Sabia decisión.

Bebió de su copa asintiendo.

Intenté por un momento centrarme en la exposición de acontecimientos.
Me incorporé apoyando un brazo sobre el respaldo del diván y dejé caer la cabeza sobre mi mano.

-El caso es que acabo de romper con José Luís. También con Albert. He terminado de una vez por todas, con todos y cada uno de mis amantes. He dejado mi trabajo, mi piso y he dado en adopción a mi pajarraco chillón.

-Pobre, seguro que la echará de menos.
-De entre todos, el que más.
-¿Qué le ha llevado a tomar esa decisión?

Y la verdad es que no había un motivo explícito, ninguna motivación interna o externa que explicara por qué, de un mes para otro, me encontrase en una ciudad que no era la mía, a punto de retomar mi antiguo trabajo y sola.
Tal vez había llegado a ese punto sin retorno del “ahora o nunca”. A ese momento en el que dices que hasta aquí has llegado y que es necesario hacer otra cosa. Porque sabes que puedes hacerla y porque, lo que has estado haciendo te aburre.
Por una vez, desde hacía demasiados años, Tacones andaba sola. Casi había olvidado el placer del singular.
Resolví decirle tras resumir mi argumento mental:

-No hay motivos.
-Algo habrá Tacones. Nadie deja su vida en la cuerda floja y espera que esté igual a la vuelta. Nadie deja a su pareja, a su amante y los amantes por nada.
-Por nada no, pero, ¿qué me dice por todo?
-Eso sí… Todo, eso lo explica mejor… ¿De qué huye Malditos Tacones?

Huía de mí. Pero claro, eso ya lo sabía él desde antes incluso de ir a su consulta, no le daría ninguna información nueva.
En definitiva, estaba cansada de haber vivido.
Tras una vida tan singular como la que llevaba, sin nexos de unión duraderos, viviendo con un hombre que me atraía lo suficiente como para no compartir nada con él y amando a un caballero casado que se hallaba en trámites de divorcio por la que, se suponía, era la relación de su vida (conmigo, pobre Albert), veía necesario dar un giro de 180 grados.
Me asfixiaba pensar en Albert como mi futuro “todo”; A José Luís, despedirlo de casa desplazado por Albert y al resto de mis amantes tenerles como lo que siempre han sido: eso, accesorios colgados de la punta de mi tacón.
Enlazado a todo esto, además, un trabajo que me ataba de pies y manos; que me aturdía, me anulaba y me dejaba apenas sin horas en el día.

Nadie me iba a esperar al fin y al cabo al llegar a casa.

Tampoco nadie me iba a echar lo suficientemente de menos como para quedarme.

José Luís sabía que yo era así: que no había nacido para vivirle y que, haberse instalado en casa fue el principio del fin.
Albert se había enganchado, simplemente. Su mujer no le aportaba ya el efecto de novedad con el que yo jugaba con ventaja de ganadora. Pero para mí, la novedad dura lo que dura. Incluso si el amor se instala para joderla. Gana el pulso al sentimiento, esta cabeza mía que debió de haberse convertido en un gran y puñetero florero al nacer: solo así me habría casado y tendría un linda casa en la que colocar unos cuadros horteras que las visitas adorarían al entrar.

-¿Qué opinan de su decisión el resto de sus amantes?
-El resto no opinan porque no tienen por qué hacerlo. Ellos no cuentan.
-¿Qué va a hacer con tantos zapatos ahora? ¿Piensa montar un mercadillo?

Le miré desafiante: sabía que si lo hacía de nuevo, volvería a recolocar sus gafas y mesar su cabello mal peinado… Tal vez su corbata se descolocaría y necesitaría otro güisqui.

Fue así: primero colocó sus lentes, pasó su mano por el flequillo, ajustó la corbata y se levantó a por otra copa.

Me senté al filo del diván. Entreabrí las piernas y me quité los zapatos.

-Éstos, para empezar, se los regalo.

Los cogió por el tacón, haciendo balancear uno de ellos sobre su dedo índice. Esa señal inconsciente me perturbó por un momento: la sutileza de dejar pender los zapatos sobre un dedo me excitaba.

-¿Piensa irse descalza?
-Sí. Ya no los necesito. Éstos no. Son suyos.

Los dejó cuidadosamente a su lado. Los miró de soslayo, luego a mis piernas aún entreabiertas…

-Volvamos a lo que nos ocupa… ¿Dónde está el problema?
-Aquí.

19 septiembre 2006

Tacones en el Diván


-¿Acepta pago con tarjeta?

-Sí, bueno, no… Es que, de eso se encarga mi secretaria, yo, ya sabe…

Me miró colocando sus gafas con más torpeza que otra cosa.

Alcancé a coger mi sostén que yacía en el suelo como una joya dorada…

-Creo que se deja el bolso…

-Que despiste, gracias…

Esperaba que la cita fuera más ortodoxa, más formal, de rigor. Sabía que me enfrentaba a un alcohólico convencido, anónimo por derecho, y sabía que, en esa cancha, dominaba su ego desde el principio.

Pensé, de todas formas, que por su trayectoria, estaría mucho más sereno en el trato durante esta primera cita, como si yo hubiera sido una paciente desconocida o un nombre más en su lista.

Pero no fue así, qué coño.

Yo estaba tan excitada como una virgen ante el desnudo de su amante, y él tan excitado que podría haberme penetrado nada más entrar.

Y el caso es que fue así. No hubo demora, ni preliminares estúpidos, ni una tregua que deparase un par de copas y algo de jazz.

Ni había tiempo ni lo necesitábamos.

Todo fue desvestirnos mientras comenzábamos a penetrarnos con una premura de muerte súbita. Caer en el diván de cuero y follar a pierna suelta.

Sin decirnos, sin pedirnos otro permiso que el de girar el cuerpo para seguir de este o del otro lado.

Y fue así, sin más.

Llegué, lo sabía, me sabía: quería y yo también.

Nos lo hicimos. Terapéuticamente, eso sí.

La próxima sesión es esta semana. Espero tener oportunidad de consultarle mi problema.

14 julio 2006

Hotel Amor

A continuación del hall, las escaleras.
Ya en la habitación me senté en la cama y le miré. Él de pie hizo lo mismo.
Estuvimos un rato así. Observando como se iba devorando el tiempo que restaba para nuestra nueva huída. Esperando otra vía de escape, otra excusa para no volver a vernos durante otra larga temporada.
Estaba decidida a olvidarle cuando terminara aquella noche, superando el miedo y creyendo de veras que lo que hacía sería lo correcto. Que lo justo era volver con Albert, con mi vida y dejar que el hombre que había irrumpido en mi vida tras quince años, volviera a la suya, con sus prisas, sus trabajos, sus estudios de erudito y su Facultad.
Porque, estamos predestinados a no estar juntos. Porque lo nuestro, de todas, todas, es imposible.
Se sentó a mi lado.
Miré su pelo moreno con detenimiento y me pareció que jamás, ni de jóvenes, lo había tenido así de bello.
No había perdido la frescura con los años. Todo lo contrario: las arrugas al borde de sus ojos daban a su expresión un punto de dulzura extra.
Me sentí más joven que nunca, como si el tiempo se hubiera detenido y nos devolviera a aquellas noches verano de hace quince años.
Volvió su vista a mi vestido de gasa blanco, tan parecido a aquel que quedó en el suelo nuestra primera noche. Y se despertaba mi deseo al observar en sus ojos el interés, como si fuéramos dos desconocidos, como si nunca hubiéramos compartido cama.
Agachándose tomó uno de mis tobillos.
Subió por mi pierna izquierda hasta la rodilla.
Desabroché dos botones que dejaron ver mi pecho desnudo.
Se arrodillo delante, como si de pronto quisiera pedirme en matrimonio y tomó mis rodillas entre sus manos cerrando mis piernas.
Apresé el aroma a canela que desprendía su cuerpo y Albert apareció como un espectro en mi memoria, como un espía de mi infidelidad premeditada.
Me acarició el pelo.
Me empujó suavemente hacia delante y besó mis muslos.
Los abrió y lamió su interior.
Reposé mis piernas en sus hombros.
Vio mis bragas blancas, como subían hasta el ombligo. Entonces comenzó a ponérsele dura. Muy dura. Salía casi por la bragueta. Aquella visión le seguía poniendo tan caliente como antes.
Me alegré de comprobar en sus ojos una mirada lasciva de complacencia.
Me apoyé sobre mis antebrazos en la cama mirándole desde una perspectiva casi imposible.
Besó mis bragas.
Mordió sobre ellas con el cuidado de retener entre sus dientes mi clítoris.
Di un grito pequeño muestra de alivio.
Levantó mis nalgas leves.
Apartó lo justo las bragas para que se quedaran en medio de mi coño, dejando al descubierto uno de sus labios hinchados por el deseo.
Mordisqueo y babeo a destajo, sin tregua.
Se enroscó en mi ombligo.
Se puso en pie.
Desabrochó su pantalón que amenazaba con estallar.
Se lo quitó.
Se deshizo del slip dejando el sexo al descubierto.
Uno a uno desabroché el resto de botones que fruncían el vestido a mi cuerpo.
Me quedé desnuda sentada en la cama, con las bragas blancas y sin los zapatos de tacón alto.
Me apoyé sobre mis rodillas.
Él se puso de pie en la cama y me observó desde arriba: cómo cogí su sexo y le besé en el glande.
Luego me puse a cuatro patas y lamí su sexo con ansia, recorriendo con la punta de la lengua desde los tobillos hasta el punto que separa el ano de los genitales.
Qué bueno ese olor a sexo entremezclado con el de nuestro deseo.
Me la metí entera en la boca, sin dilación, apretando contra mi cara su cuerpo. Queriendo arrancar su miembro haciendo degluciones.
Me separé con la misma gana.
Se sentó junto a mí, jugando con mis pechos, besando mi sexo.
Me dio la vuelta y le miré de reojo con una media sonrisa de aprobación. Como si a estas alturas de nuestro reencuentro hicieran falta licencias de algún tipo.
Se dejó caer sobre mí, sentí su peso y refunfuñé de gusto.
Metió su pene entre mis nalgas apresándolo entre ellas y su mano se escurrió hasta mi sexo frotándolo fuerte.
Húmedos los dos, ansiados de estar dentro el uno del otro, enredados en un solo cuerpo, abrió mi culo y se metió despacio.
Él sabe que estoy diseñada para el sexo y me retorcí, me encogí, me dilaté, moviéndome a un ritmo pausado para que pudiera entrar hasta el fondo.
Una vez así me incorporé hasta quedar mis pechos más a su mano para que pudiera disponer de ellos a su gusto.
-Fóllame- le dije.
Y nos follamos hasta quedar exhaustos, hasta dejar dentro de mí la última gota de su aliento.
Hasta caer yo con mi melena melena morena sobre la sábana blanca.
Hasta saber que, a partir de ese día, ni él ni yo seríamos los mismos.

Hotel Amor

A continuación del hall, las escaleras.
Ya en la habitación me senté en la cama y le miré. Él de pie hizo lo mismo.
Estuvimos un rato así. Observando como se iba devorando el tiempo que restaba para nuestra nueva huída. Esperando otra vía de escape, otra excusa para no volver a vernos durante otra larga temporada.
Estaba decidida a olvidarle cuando terminara aquella noche, superando el miedo y creyendo de veras que lo que hacía sería lo correcto. Que lo justo era volver con Albert, con mi vida y dejar que el hombre que había irrumpido en mi vida tras quince años, volviera a la suya, con sus prisas, sus trabajos, sus estudios de erudito y su Facultad.
Porque, estamos predestinados a no estar juntos. Porque lo nuestro, de todas, todas, es imposible.
Se sentó a mi lado.
Miré su pelo moreno con detenimiento y me pareció que jamás, ni de jóvenes, lo había tenido así de bello.
No había perdido la frescura con los años. Todo lo contrario: las arrugas al borde de sus ojos daban a su expresión un punto de dulzura extra.
Me sentí más joven que nunca, como si el tiempo se hubiera detenido y nos devolviera a aquellas noches verano de hace quince años.
Volvió su vista a mi vestido de gasa blanco, tan parecido a aquel que quedó en el suelo nuestra primera noche. Y se despertaba mi deseo al observar en sus ojos el interés, como si fuéramos dos desconocidos, como si nunca hubiéramos compartido cama.
Agachándose tomó uno de mis tobillos.
Subió por mi pierna izquierda hasta la rodilla.
Desabroché dos botones que dejaron ver mi pecho desnudo.
Se arrodillo delante, como si de pronto quisiera pedirme en matrimonio y tomó mis rodillas entre sus manos cerrando mis piernas.
Apresé el aroma a canela que desprendía su cuerpo y Albert apareció como un espectro en mi memoria, como un espía de mi infidelidad premeditada.
Me acarició el pelo.
Me empujó suavemente hacia delante y besó mis muslos.
Los abrió y lamió su interior.
Reposé mis piernas en sus hombros.
Vio mis bragas blancas, como subían hasta el ombligo. Entonces comenzó a ponérsele dura. Muy dura. Salía casi por la bragueta. Aquella visión le seguía poniendo tan caliente como antes.
Me alegré de comprobar en sus ojos una mirada lasciva de complacencia.
Me apoyé sobre mis antebrazos en la cama mirándole desde una perspectiva casi imposible.
Besó mis bragas.
Mordió sobre ellas con el cuidado de retener entre sus dientes mi clítoris.
Di un grito pequeño muestra de alivio.
Levantó mis nalgas leves.
Apartó lo justo las bragas para que se quedaran en medio de mi coño, dejando al descubierto uno de sus labios hinchados por el deseo.
Mordisqueo y babeo a destajo, sin tregua.
Se enroscó en mi ombligo.
Se puso en pie.
Desabrochó su pantalón que amenazaba con estallar.
Se lo quitó.
Se deshizo del slip dejando el sexo al descubierto.
Uno a uno desabroché el resto de botones que fruncían el vestido a mi cuerpo.
Me quedé desnuda sentada en la cama, con las bragas blancas y sin los zapatos de tacón alto.
Me apoyé sobre mis rodillas.
Él se puso de pie en la cama y me observó desde arriba: cómo cogí su sexo y le besé en el glande.
Luego me puse a cuatro patas y lamí su sexo con ansia, recorriendo con la punta de la lengua desde los tobillos hasta el punto que separa el ano de los genitales.
Qué bueno ese olor a sexo entremezclado con el de nuestro deseo.
Me la metí entera en la boca, sin dilación, apretando contra mi cara su cuerpo. Queriendo arrancar su miembro haciendo degluciones.
Me separé con la misma gana.
Se sentó junto a mí, jugando con mis pechos, besando mi sexo.
Me dio la vuelta y le miré de reojo con una media sonrisa de aprobación. Como si a estas alturas de nuestro reencuentro hicieran falta licencias de algún tipo.
Se dejó caer sobre mí, sentí su peso y refunfuñé de gusto.
Metió su pene entre mis nalgas apresándolo entre ellas y su mano se escurrió hasta mi sexo frotándolo fuerte.
Húmedos los dos, ansiados de estar dentro el uno del otro, enredados en un solo cuerpo, abrió mi culo y se metió despacio.
Él sabe que estoy diseñada para el sexo y me retorcí, me encogí, me dilaté, moviéndome a un ritmo pausado para que pudiera entrar hasta el fondo.
Una vez así me incorporé hasta quedar mis pechos más a su mano para que pudiera disponer de ellos a su gusto.
-Fóllame- le dije.
Y nos follamos hasta quedar exhaustos, hasta dejar dentro de mí la última gota de su aliento.
Hasta caer yo con mi melena melena morena sobre la sábana blanca.
Hasta saber que, a partir de ese día, ni él ni yo seríamos los mismos.

08 julio 2006

Instante


No existe ningún momento que se pueda equiparar a "después de..."

17 junio 2006

Él


Lo más probable es que las cosas no tengan importancia, o por lo menos, que no sean todo lo importante que pensábamos a priori.
Lo más natural es que nos importe un carajo lo que pueda pasar, lo que pasa, lo que ha pasado.
Lo ideal sería que todo reducto de nuestra memoria a largo plazo sólo pudiera salir a la luz a través de un par de sesiones de hipnosis.

Pero no, coño.

Todo, hasta el último detalle que pasó desapercibido, queda intacto en algún lugar del cerebro, del inconsciente, de como quieran llamarlo y, del mismo modo, cualquier olor, sonido, fotografía, sabor o imagen, hace renacer a través de un proceso eminentemente involuntario no inducido, una retahíla de acontecimientos que, supuestamente, ya no existían…
Pero joder que sí, que estaban ahí, que los habíamos alimentado mezclando la realidad con el sueño, con lo que imaginábamos, anhelábamos, con lo que hubiéramos querido que fuera, con lo que fué.

Ayer al salir de trabajar, decidí hacer una parada en esa cafetería que tanto me gusta de Plaza Nueva, que tanto frecuento por su cristalera gigante que me permite divisar qué pasa al otro lado.

Me siento.
Me vuelvo a poner las gafas. Desconecto el móvil. Echo un vistazo a la prensa del día… No me interesa… Pido un café sólo, con hielo, fresquito…
Cruzo mis piernas desnudas deleitándome con el tacto suave de la piel al rozarse una con otra. Me gustan mis piernas en verano. Son tan ellas…

Saco el libro. Siempre llevo un libro en el bolso para casos de emergencia como estos. “Música de cañerías”. De nuevo releo a Bukowski.

Un lápiz con el que profanar de nuevo el texto que leeré, porque siempre hay algo sorprendente que se me pasó por alto.

Me sumerjo en ese remanso de paz que supone perder el tiempo, todo el tiempo del mundo…

-¿Me pone un té con leche?

Miro a la mesa de al lado. El lápiz cae al suelo.
Recoloco las gafas…

¿Cuánto ha pasado? ¿Quince años?

Se planta en mi cabeza la imagen de su piso: casi en el Centro de Granada por aquella época… Un piso descuidado, como era él, dotado de un perfecto desorden en el que todo estaba repartido aleatoriamente. Su casa era una metáfora del caos, como a él le gustaba definirla.
¿Dónde habían estado todos esos recuerdo guarecidos? Las noches escribiendo en nuestros cuadernos, él en el sillón blue, yo en el red…
El jazz...
Las obras de teatro a cuatro manos, discutiendo, renegando de un Gardel que nos distraía de lo importante, que nos hacía salir a bailar en mitad del salón, un tango improvisado que nunca quisimos perfeccionar.

Y, tras la imagen de aquellos días de bohemia: la noche en que le conocí…
¿Cómo había podido borrar mi memoria a aquel hombre de esa manera tan tajante?

-Gracias… ¿Le importaría traerme otro azucarillo?

Mis lentes no mentían… Estaba segura… Era él…

Recuerdo como aquella noche en que le conocí, había salido con una amiga a “abanicar la velada” como ella solía decir. Cómo mi camarada se paró con un conocido a charlar y cómo yo me quedé en un segundo plano mirando al acompañante del conocido de mi amiga…

Cómo nos sonreímos… Nos acercamos.
Cómo comenzamos a besarnos como si la vida nos fuera en ello, ante la sorpresa de nuestros amigos, que no sabían si reír, si hacernos palmas o llamar a los servicios de urgencias psiquiátricas.

Y cómo nos largamos, dejando pasmados a nuestros respectivos colegas, besándonos hasta llegar a su refugio… Y follar salvajemente toda la noche, con un ansia que rayaba en lo obsesivo, como si aquella hubiera sido la primera vez que compartíamos cama con un extraño…
Y mí despedida silenciosa con la misma sonrisa con que comenzó la historia la noche de antes mientras él dormía.
Sin saber nuestros nombres, ni tener otro conocimiento mutuo que el corporal…

-Gracias por el azucarillo… ¿Tienen tarta de chocolate?

Desde aquella noche mágica, volvimos a vernos.
Sí, más veces, más por azar, por el destino o por una guía ingrávida que hacía que coincidiéramos como por arte de magia… De nuevo devorarnos, sin hablarnos, sin decirnos nada; Sin saber nuestros teléfonos, ni quiénes éramos, sin quedar de antemano… Simplemente sabíamos que coincidiríamos más veces, que nuestras vidas estaban intrínsecamente cruzadas.
El sexo era nuestro único medio de comunicación. ¿Nos hacía falta algo más, acaso?

Tras más de un año en esa situación surrealista, recuerdo la tarde que al encontrarnos me dijo:

-¿Te apetece un café?

Fue la primera vez que le oía hablar desde que habíamos comenzado nuestra peculiar historia, también fue la primera en que él escuchó el tono de mi voz…

-Sí, claro…

Y fuimos creciendo en amistad, en artes amatorias varias, en conocimiento mutuo…
Luego llegaron nuestras otras relaciones, nuestras vidas, y nuestra relación perfecta de amantes: de conquistadores de un mundo que por aquella época se no hacía un bocado, porque era pequeño y estaba en nuestras manos, y sabíamos cómo dominarlo…
Y escribir sin tregua, escribirnos, anotar todo en cuadernos, publicar hasta hartarnos…

Luego fue su piso, mi piso, las noches en vela entre ambos, la creación… Sus musas en mi cama, mis hombres en la suya… Fueron los tríos, la sodomía como moneda de cambio, el mirar, el mirarnos…

¿Cómo había obviado lo que conformaría, sin duda, los determinantes de mi futura vida sexual y amorosa?

El tiempo, las rutinas, su marcha…

Alguna Navidad, algunas vacaciones…

Su trabajo lejos…

Mis amantes, mi pajarraco chillón…

Sus amantes, sus musas…

El olvido…

-Disculpe, ¿tendría usted un bolígrafo?

Levanté la vista, una vista que disimulaba leer interesada lo que relataba un Bukowski borracho…

-Tome…

Le miré a los ojos y le sonreí…

Su cara se iluminó, les aseguro que no me lo imaginé…
Me sonrió…

Me levanté…
Le besé.
Me besó.

Nos besamos…

Qué razón llevaba Gardel… Si veinte años no son nada, quince, un “mañana te veo…”

Marchamos juntos. Sin decirnos nada.

Supongo que el hielo de mi café acabó por derretirse y que su tarta de chocolate fue pasto de unas moscas encantadas con el regalito improvisado…

03 junio 2006

Albert, Parte Tercera: Chin-Chin

Vale, lo sé. Coño. Lo sé.

Sé que debería seguir con esta historia como la tenía trazada: relatar por partes el descubrimiento de Albert y lo que actualmente supone este hombre en mi existencia.
Terminar de narrar cómo después de pagar aquellas cañas, paseamos durante horas por una Granada que no reconocía con él al lado.
Cómo mi agenda de hombres casados, ha pasado a un segundo plano sin más explicación que un presente que me absorbe en una espiral de la que, entreveo, no hay retorno.
Cómo José Luís está instalado en mi vida y yo en la suya. Cómo sobrevivimos sin más motivación que el aquí y el ahora.
Y, por supuesto, cómo Albert se ha transformado en mi amante perfecto.

No se molesten si he saltado hasta la sobremesa casi...
Tampoco la vida me permite las licencias que le solicito, ni el tiempo se detiene por mí. Ni el trabajo me permite vacaciones antes de Agosto.

Pero, todo debe continuar…. … .

“-Le diré que me he entretenido mirando Tacones”

Pagamos las cañas…

-¿Le apetece pasear, Tacones?
-Claro…

Encaminamos la Carrera del Darro hacia no sabíamos bien dónde, tal vez para poder llegar hasta el Rabo de Nube y allí contemplar una Alhambra solitaria vestida de domingo…
Él, las manos en los bolsillos, el periódico debajo del brazo…
Yo, asida al bolso como si éste fuese mi último refugio.
Estaba nerviosa… Tanto como una adolescente en su primera cita.

Había algo en Albert que me atraía: le miraba mientras él silbaba una tonada improvisada… “¿Qué tiene este tipo, Tacones?” De arriba a abajo, de abajo a arriba: ¿qué me hacía estar pegada a un desconocido sin la necesidad de anotarle como candidato perfecto para mis noches de martes y jueves, sin preámbulos ni historias, ni motivos, como lo había hecho siempre con el resto de hombres?

-Sabe Tacones, me gusta estar con usted…
-A mí también…
-¿Tiene pareja, Tacones?
- Tratándose de usted, no.
- No es algo importante, Tacones. Era sólo para confirmar la necesariedad de que yo tuviera.

Desde ese momento supimos que la partida había empezado: que teníamos todas las piezas sobre el tablero y que, incluso, éramos capaces de intuir los movimientos que acontecerían.

Puso un brazo sobre mi hombro y seguimos paseando. En silencio. Sin interrumpirnos, sin entorpecer la trama monumental que nuestras cabezas estaban perpetrando sobre nosotros: sobre lo que arrastrábamos, sobre nuestros presentes, nuestros futuros…

-¿Hacemos aquí la primera parada de nuestro particular vía crucis?

Albert paró en el Rabo de Nube.

-Por supuesto, repongamos fuerzas.

Ya lo tenía, ya sabía qué tenía Albert que no había intuido en el resto de hombres: al observar como me miraba de soslayo, como me encendió el pitillo que me iba a fumar, se sentó, dejó el periódico apoyado en la mesa, y pidió decidido dos cañas, sin dejar de acariciar mis piernas debajo de la mesa, sentí qué Albert me atraía por ser un tipo jodidamente corriente… Sin más, Albert era Albert. Y no tenía nada que ocultar porque lo dejaba todo a la vista.

En ninguno de los hombres que he tenido había observado la naturalidad con la que se estaba desenvolviendo Albert, que llegaba a comportarse de una manera puramente ingenua en el sentido más filosófico de la palabra.
Planeaba sobre mi cabeza la posibilidad de que, hasta aquella noche, a ninguno de los hombres que habían sido mis amantes, les di la oportunidad de ser ellos mismos; Porque en definitiva, no me interesaba, ni me convenía, ni ellos necesitaron otra cosa que hacer de nuestras vidas un lugar divertido para ambos.

Sólo Jose Luís, que me conoció antes de iniciar mi carrera de "solitaria debidamente comprometida a diario", se dignaba a comportarse tal cual era. Pero de él era esperable, entendible, inevitable.
En Albert fluía... Era él desde que me espetó que aquél era su sitio y su tabaco y su periódico y su...

Sabía que con Albert ya no decidiría el día, cómo, cuándo y dónde. Ahora sería yo quien me dejaría hacer. Y con mucho gusto.

-Me gustan tus zapatos, Tacones…
-Te los regalo… Tengo la sensación de que contigo me va a gustar ir descalza…

No había nada más que mascar, había caído como una niña en las redes de un cupido estúpido que amenazaba con asetearme a doble tiro de flecha…

Y sí, ¿qué pasa?

Me gusta Albert, le disfruto, me disfruta...

Aún a pesar de su mujer...

Aún a pesar de Jose Luis...

Aún a pesar, no se olviden, de que Tacones no es mujer de un solo hombre... .. .

16 mayo 2006

Albert, Parte Segunda: Mareando la Perdiz


-Sí, gracias… Aunque la preferiría a usted.

Le sonreí.
Pinché un trozo de tortilla que deposité en su boca entreabierta.
Masticó pausadamente mientras nos mirábamos a los ojos.

-Soy Tacones, no sé si es prematuro afirmarlo pero, un placer conocerle.

Le tendí mi mano para estrechar la suya.

-Albert, y sí, será un placer haberme conocido.

Tomó mí mano y la besó, como si fuera un antiguo caballero y yo una dama boba.
Me hizo gracia su gesto, acompañado de una pequeña reverencia que hizo caer sus lentes hasta la mitad de la nariz.
De pronto ¡zas!: El sexo diciendo que era el momento de la conquista y el cerebro recordándome que tenía toda la pinta de que le habían dado día libre en el frenopático
A dos bandas la disputa.
En cualquier caso, no tenía nada que perder. Y mucho menos si Albert era un desordenado mental, porque, ni es el primero ni tampoco, me asusta compartir barra con alguien que tiene un punto de vista peculiar sobre el mundo.
Algo ganaba en el ring del pensamiento, y era el instinto: derrotaba por K.O. a las ganas de sexo (que he de reconocer iban creciendo) y a la duda cartesiana de si estaba en sus cabales o más ido que una sonaja.
El instinto que me incitaba a conocer todo sobre ese hombre, que me invitaba a seguirle, a descubrirle, a pillarle in fraganti…
Algo me decía que Albert era un jodido y maravilloso libro cerrado; una caja de Pandora en el exilio, una lámpara del tesoro enterrada…
Algo me decía que en Albert, todo era reciclable.
Mandé callar al sexo y al cerebro… “Un poco de orden, por todos los astros, que todos tendréis vuestro momento… Dejadme a mí al instinto, que no se me da mal manejarlo…”
Dicho y hecho: a rodar…

-Le invito a una caña Albert, así podremos comernos cada cual nuestra parte de la tortilla. ¿No cree?
-No, no creo. Soy ateo desde antes de saber de la existencia de Dios.
-Qué majo es usted. ¿Se comporta siempre así o sólo conmigo?
-Sólo con usted, Tacones.
-Un alivio.

Carlos rellenó los vasos y puso otra tortilla. La noche, como la tortilla, se iba haciendo redonda. Carlos me conoce desde hace tantos años que ya ni me acuerdo. Me guiñó un ojo cómplice antes de entrar de nuevo a su cocina.

-¿Es usted siempre así?- me espetó sin dilaciones dándome con mis mismas interrogaciones en las narices.

Me reí a carcajadas.

-¿Siempre cómo?

Me sostuvo la barbilla, pinchó un trozo de su tortilla y la introdujo suavemente en mi boca.

-Tan excitante.

Trague saliva y las ganas de haberle dado un mordisco en su sexo en ese mismo momento…

-No, sólo cuando comparto tortilla con un desconocido.
-Un alivio.

Era mi turno: volví a pinchar la tortilla dichosa y a depositarla en su boca… Carnosa, impredecible. Una cueva de dientes perlados, perfectos, cuidados…
Una boca que olía a canela también.

Los minutos se empeñaron en pasar a cámara lenta, tal vez con una intención de soslayo: que captase todos los detalles de Albert…
Albert es un varón alto, corpulento… Tiene la piel cobriza, como si le hubiera estado dando el sol de lejos, sin llegar al moreno y sobrepasando el dorado…
Ojos grandes abiertos al mundo, oscuros. Se pierde la pupila en el abismo de su mirada azabache.
Albert es hombre de manos grandes. Al mirarlas pensé en cómo me agarraría y elevaría si alguna vez coincidíamos en la cama… Le sobraría una para alzarme en volandas…
Vestía aquella noche una discreta camiseta negra sobre un vaquero y, bajo el vaquero, unas zapatillas de deporte.
Y un olor a canela que lo llenaba todo. Que drogaba. Que daba a su presencia una nota de suspense.

-Si llego a saber que hoy la encontraría aquí, me hubiera arreglado, Tacones.

Tal vez fue indiscreta mi forma de observarle…

-Se me olvidó avisarle de que hoy vendría. La próxima vez, le daré tiempo.
-¿Le apetece otra cerveza, Tacones, o tiene que volver al sitio donde la esperan?

Fue ahí cuando supe que Albert tenía pareja; el jodido instinto, o tal vez, la experiencia de toda una vida compartida con hombres casados.
Le descubrió su mirada lasciva: Una mirada única que sólo saben poner los hombres casados antes de su primera infidelidad. Inconfundible.

-¿Qué piensas decirle a tu mujer esta noche, Albert, si no te gusta el fútbol?- me aventuré a preguntarle.

Albert me sonrió…

-Le diré que me he entretenido mirando Tacones.

15 mayo 2006

Albert, Parte Primera: La Tortilla.



Conocí a Albert por casualidad.

Hace unos domingos, demasiados ya, decidí salir a pasear mi ciudad. Dejé a un José Luís tumbado en el sofá, atareado con su adicción a la papiroflexia.
Me gustan los domingos porque suelen salir a pasear los malditos, los aburridos, los solitarios, las putas, los indecentes, los genios, los tontos, y, casi siempre, puedes esperar las mejores cosas de gentes así.

Recorrí Plaza Nueva, plagada de guiris con cara de “yo me quedaría aquí para siempre”, como si para ellos los lunes no existiesen…
Necesitaba una parada, un alto en el camino, una caña fresquita y un cigarrillo.
En un garito que frecuento a menudo escuché a Edith Piaff, ¿cómo no iba a entrar allí de nuevo? ¿Para qué cambiar de parroquia?

-¿Qué tal Tacones?
-Bien, terminando la semana… Ponme una caña y una tapa que te haga famoso…

Me senté en una banqueta en la esquina de la barra. Crucé mis piernas desnudas como una equilibrista. Aparté un vaso vacío y releí el titular del País que reposaba debajo de unas cuantas aceitunas apeadas de su plato…
No había hecho si no poner el culo e intentar acomodarme, cuando un varón treintón con cara de pocos amigos me clavó la mirada indiscretamente…

-¿Qué?- le dije.
-Disculpe, pero yo estaba sentado ahí. Ese es mi vaso y ese mi periódico.
-Lo siento. Pensé que no había nadie.
-Ustedes siempre piensan con prisas…
-¿Perdón?
-Nada, nada. ¿También soy invisible para usted? Mire, aquí estaban mis cosas, incluso mi paquete de tabaco, ¿no lo había visto acaso? Todo correctamente puesto en la barra.

“Pirado a las tres y media” me dije “¿Qué habré hecho yo en esta vida para que me toquen al lado todos los perturbados de Granada?”

-Siento de veras si le he molestado, caballero.

Le cedí su sitio… El cocinero del garito salió para romper la tensión creada en ese momento:

-Su cañita Tacones, y un pincho de tortilla divino, recién hecho para usted…
-¡Con esta tapa no te haces famoso, Carlos, pero bueno, has acertado!!- le dije dándole un beso.

El perturbado seguía mirándome como si fuera una atracción de feria: de arriba abajo. Escrutándome, sacándome punta, afilando la mirada y repiqueteando unos dedos nerviosos en el servilletero a modo de caja…
Consciente de la situación, incómoda por su persistencia visual, sólo se me ocurrió ofrecerle un poco de mi tapa, por si se había quedado con hambre y porque, al menos, estaría entretenido en otra cosa…

-¿Quiere un poco de tortilla?

El caballero se inclinó hacia mí y pude percibir un olor a canela que hasta entonces había pasado desapercibido…
Me apartó el pelo de la cara, se me acercó al oído, lamió el lóbulo de mi oreja…

-Sí, gracias… Aunque la prefiero a usted.

09 mayo 2006

On Line



Anoche llegué tarde a mi cita con Pablo.
Ya me había duchado, perfumado los tobillos, las ingles, debajo del pecho, la nuca, los lóbulos de las orejas, maquillado los pezones con un tono rosado para marcar la palidez del seno; Había peinado la melena de manera que reposase sobre un hombro, colocados los pendientes, la pulsera, el collar ajustado al cuello, la tobillera al tobillo; Había arreglado mi sexo para que estuviera a punto, retocando con un poco de carmín sus labios.

Iba a ponerme los zapatos adecuados para trajinarme a Pablo…

-¿Te vas?

José Luís me miraba desde el quicio de la puerta de mi dormitorio con su cigarrillo de liar al borde de la quemadura en sus labios.

-Sí, alcánzame esos zapatos…
-¿Sientes la necesidad de encontrarte con él?

No sabía bien a qué venía esa estúpida pregunta…
Calzados los zapatos, aún desnuda, iba recogiendo todo lo necesario en el bolso…

-Dame el móvil, por favor, está justo ahí…
-¿Y si no te dejo marchar?
Le sonreí con sorna mientras dejaba el bolso en el suelo, junto a la cama…

-Dame un cigarrillo, no seas imbécil…
-Déjame que te fotografíe así…
-No tengo tiempo José Luís, llego tarde. Otro día me desnudas y haces lo que te de la gana.
-Quiero atrapar esa expresión “de antes de follar” que se te pone, Tacones.
-Eres un vicioso…
-Pero eso ya lo sabías…

Comenzó a reír.
A desabrocharse la camisa mao que le sienta tan bien.
A quitarse el pantalón…
A masturbarse…

Y me puso caliente… Me apoyé en la pared mientras él se recostaba en la cama con su orgía singular entre las manos.
Yo: fumando con placer, mirando con ojos obscenos, contaminados, libidinosos…

Estaba segura de que Pablo me echaría de menos si llegaba tarde. Le haría sufrir un poquito. Justo lo necesario como para tener el agua al cuello y saber que no podría joder conmigo tranquilo, sin recibir antes diez llamadas de su mujer…

Apagué el cigarro cuando llegó a su fin…

Me acerqué al sexo de José Luís que se alzaba como un tótem místico…

Subí a la cama con los tacones aplastando un colchón que amenazaba con estallar…

Abrí mis piernas dejando mi coño a la altura de ese pene que amenazaba con atravesarme…

Fui bajando suavemente, hasta estar casi en cuclillas… Notando su glande acariciar mis labios recién pintados…

Apoyé las palmas de las manos a cada lado de las piernas de José Luís y me senté encima de él…

Su falo ardiendo en mí…

Tras unos movimientos lentos, comenzaron las sacudidas, los gemidos…

Me tendí sobre él atrapándole con mis piernas esta vez cerradas…

Sonó mí móvil…

Estaba a mano, lo cogí, era Albert: esa “X”, esa incógnita hasta ayer que hoy ya tiene nombre…

Descolgué…

Le dejé allí, escuchando, escuchándonos…

José Luís folla como un jodido griego… Sin tregua, llenando mi coño hasta casi notarlo en el vientre…

Al terminar colgué el teléfono…

Me vestí para acudir a mi cita con Pablo...

Ya en el coche, decidí que escuchar a Astrud Gilberto era la mejor opción para continuar una noche de primavera…


08 mayo 2006

Ellos


Antes de que puedas controlarlo, alguien pasa a formar parte de tus rutinas acoplándose de tal forma a las mismas, que ya se vuelve imprescindible.
Tal vez a él no te una nada, seáis dos desconocidos o la vida os haya hecho encontraos por una conjunción astral determinada, el caso es que está. Qué es. Y que, de alguna manera, ya no puedes imaginar tu día sin su presencia.
Esto es lo que me pasa.
Dos hombres se han colado en mi vida.
Dos hombres están copando demasiadas parcelas de mi terreno.
No sé cómo pararlos, en todo caso, estoy convencida de que no quiero que paren, porque me excitan, porque me gustan. Porque soy más yo cuando estoy con ellos.
Llegan hasta tal punto a ponerme a cien en todos los aspectos posibles y narrables, que estoy pensando seriamente dejar de lado el resto de mis relaciones: no porque supongan una carga, o me sienta cansada de cumplir semanalmente con esas citas que me divierten, es más, la tentativa de abandonarlos la asumo como el producto del deseo de retarme a mí misma, de saber hasta dónde sería capaz de llegar.
Por ahora, dejo esta intentona golpista a mi agenda en pause: tampoco podría concebir de buenas a primeras mis noches vacías de esos hombres que llevan años acompañándome.
Hasta el día de hoy, creo que es demasiado el tiempo que invierto en estos dos nuevos hombres, o ellos en mí, y es que no sé bien, quién da más en esta partida a tres bandas.
Jose Luis actualmente vive más en mi casa que en la suya, y me molesta. Me agobia. No lo soporto, pero me siento inevitablemente unida a su perfume. A su sexo. A su modo peculiar de mirar el mundo a través de sus lentes, de su objetivo, siempre al acecho del gesto más conveniente, de la escena más sobrecogedora.
Incluso creo que me he acostumbrado a su manía de dejar todas sus anotaciones en cualquier rincón, sus fotos y su estudio de revelado improvisado en el cuarto de baño, su fetichismo de tomar todos mis zapatos y fotografiarlos uno por uno sin hacérmelos calzar.
Lo que en un principio apuntaba a una aventura fallida como las que hemos tenido siempre, ahora me asusta por su continuidad. Su permanencia en mi tiempo. Su deseo infatigable de saberse único en mi vida.
Craso error.
Aparece en ella un nuevo hombre. Un candidato ideal para ocupar la noche de los martes o de los jueves por ajustarse su perfil al puesto casi al dedillo: hombre joven, casado, intelectual, periodista, para más señas. Entregado a una rutina jovial de parejita con hijo y ganas. Ganas que incluyen, tal vez, el atrezar su modélica vida con una amante. Cosa que a mí, particularmente, me resulta de interés.
Atractivo físicamente: de la cabeza a los pies tiene el semblante del que te hace gozar en la cama… Y vaya si lo hace: de todos los hombres con los que he compartido lecho, sin dudas “X” los vence por goleada.
Un orgasmo con él suele ser tan perfecto que te deja con ganas de más.
Y para mí, ese es el mejor síntoma de un buen amante.
Hombre lento, cuidadoso, metódico. Correcto en su forma y canalla en su fondo…
He sucumbido como una quinceañera a sus encantos: consciente, dejándome, anotando cada nuevo descubrimiento con él como si se tratase de las primeras veces.
Etapa de conquista abierta, partida en tablas y deseosa de conocer las estrategias y jugadas de este candidato.

Así me encuentro en estos días de primavera, de alergias, en los que el trabajo se multiplica como una plaga y las noches invitan simplemente a continuar…

Mi pajarraco, bien, gracias. Fiel a su serenata nocturna.

Por lo demás, el mundo sigue tan desgastado como de costumbre, pero eso ya lo sabían ustedes.

25 abril 2006

Censura



“Dictámenes para mejorar el acto de censura” Dirigido a dirigentes políticos.

“Coja usted el periódico con dos manos. Siéntese y pídase un café o un carajillo y dispóngase a leerlo plácidamente. Total, si llega dos horas tarde al trabajo, ¿quién va a osar a decir nada?.
Tome la lupa de tres aumentos. Abra la página y pase por alto todo aquello que se refiera a nosotros directa o indirectamente.
Ignore, así mismo, aquel contenido que reproche sus actitudes o últimas directrices de partido. Pásese por el forro, las críticas de la oposición o el malestar de la población respecto de este tema o aquel.
Ahora sí: tome rotulador rojo, ponga cara de “ahora te he pillado” y, decida a pito-pito, entre los dos articulistas de siempre (esos dos a los que ya no puede ni ver, que le ahogan, que no callan los cabrones) quién dice esta vez, algo que le hará saltar de sus casillas o, decida, si es el caso, quién entre ellos, será la cabeza de turco necesaria para pasar por la quilla de su arrogancia.
Acerque la lupa mencionada anteriormente y comience a tragar letras. Qué gusto, relámase si quiere. Comience a subrayar todo aquello que, aún sabiendo que es axioma, le sienta como una patada en los cojones. Disfrute orgiásticamente de su farsa demócrata, su pueril autoengaño, de saber que eso que está leyendo es la excusa perfecta para dejar claro quién sigue mandando aquí. Esos progres no aprenden, los hijos de puta. Ya sabe usted que la Constitución se la puede pasar por donde amargan los pepinos.
Fotocopie el texto subrayado y déjelo, así, como quien no quiere la cosa, encima de la mesa de su víctima”.

Y así, lectores, acaba la primera lección de esta entretenida entrega de “Dictámenes para mejorar el acto de censura”, dirigido a dirigentes políticos.

Mañana más.


P.D.: Porque no puedo dejar este texto donde debo.

23 abril 2006

El Mosquito



De pronto el zumbido de un mosquito trompetero rompe el encanto.
Allí, ensimismado en la contemplación de esa nada, con ella al lado, decide encararse con la bestia voladora.
Si ha estado en la habitación durante todo el tiempo que ha durado el sexo, ¿cómo es que ha pasado desapercibido hasta ahora?
Tal vez los gemidos y gritos de ella han sido excesivos, debatiéndose entre el placer, el dolor y el orgasmo, para no perecer de gusto.
Quizá debimos bajar el tono de Chet Baker y no dejar sordo al vecino pervertido de al lado, que, a fuerza de forzar su oído izquierdo para oírnos, ha perdido del todo el derecho.
Fuera, en todo caso, el hecho de que los cuerpos desnudos suenan de manera sorda al rozarse, o que salen chispas durante la penetración que se transforman en acordes, o que mis embistes masculinos han insonorizado la estancia ocupándolo todo.
Pero, yo juraría que ese jodido mosquito no estaba aquí cuando llegamos.
Que sólo estaba ella, que se sentó en el borde de la cama al llegar, que se encendió un pitillo aún a pesar de saber que lo detesto, que balanceó su pié apoyado sobre su pantorrilla en un cruce de piernas imposible, y que solo estaba yo: dubitativo por ser un encuentro a trasmano, a traición, inoportuno tal vez. Azaroso, en definitiva.
Pero sí, ese maldito trompetista diminuto me ha jodido, me ha dejado en vela. Ahora: cuando la noche deja ese regusto de deseo y de sabor a su sexo en mi boca, en mi sexo, en la almohada.
Ahora, llega y lo jode todo ese cantor desafinado.
Hijo de puta.

Eso debió pensar él mientras tanto, pero yo ya estaba dormida: al abrir los ojos, le encontré mirando unos slips recostados en el suelo.
Sin poder evitarlo, me giré sobre la cama y los levanté: debajo de ellos, un mosquito yacía con una trompeta al lado.

“Los insectos no soportan el jazz; Creo que se ha suicidado”, me dijo.

Volví a conectar a Chet Baker y follamos de nuevo con la misma intensidad de hacía unas horas.

19 abril 2006

Al lío



De nuevo de vuelta.
Sí, que poco dura lo bueno, y lo excelente un jodido suspiro. Pero qué suspiro, eso sí.
A día de hoy, aún no he podido formalizar mi rutina semanal, y mis amantes están de un humor de perros. Pero esto es lo que hay. Hasta que no ponga un poco de orden en mi casa, en mi pajarraco, mis papeles y mi alterego, no hay “tío páseme usted el río”.
Todo está en pause excepto Jose Luis, que haciendo mal uso de nuestra confianza, ha terminado por dejar unos tímidos slips en el último cajón de mi armario japonés maravilloso.
No le he comentado nada del detalle. Aunque les parezca extraño, me gusta verlos ahí. No me incomodan.
Anoche estuvo aquí, primero para intentar arreglarme la lavadora, que se ha ido a tomar viento no sé qué de un tubo por culpa de la cal, luego que si unas cañas, “venga Tacones, vemos House y me largo”, algo de picar, y como era previsible, volvimos a echar un polvo.
“Qué quieres, me dijo, esta Semana Santa no he visto más que vírgenes”.
Jose Luis comienza a llenar demasiadas horas en mis días. No me importa, sigo con mis amantes, ya saben ustedes: menos martes y jueves, sigo con mi quehacer autómata, sigo en plena conquista de ese desconocido vía mail, sigo, que no es poco.
Y él conmigo, silencioso, casi como si no estuviera. Convencido, en última instancia, de que si se hace un ser visible por completo, esta Tacones le mandará al pairo sin contemplaciones.
Porque me conoce.
Porque son muchos años los que hemos pasado juntos en vela.
No sé donde terminará mi extraña relación con Jose Luis...
Tampoco me preocupa demasiado…


P.D.: Me alegro muchísimo de verlos a todos de vuelta!
P.D.: ¿dónde estarán los mozalbetes como el de la imagen?

12 abril 2006

En estas fechas tan señaladas...

Llevo colocada con el olorcito a incienso y a azahar desde el Domingo de Ramos.
Hasta el lunes tras la Semana Santa, esta Tacones no dejará de usar las sandalias a ras de suelo, las faldas de flores y las camisas de lino, dejando aparcadas las alzas ortopédicas con las que, habitualmente, anda.
Disfruten ustedes de estas minivacaciones como prefieran: hagan el amor, follen o métanse debajo de un traje de nazareno, o del paso, incluso, pero disfruten.
En estas fechas, beatos y ateos se dan la mano para disfrutar, cada cual a su manera, una "Semana de Pasión".

04 abril 2006

Mañana de Martes


Amanezco con una resaca merecida. Ganada a pulso.
De nuevo, al levantarme, me he hecho la misma promesa rutinaria de todos los martes: "Voy a dejar a Pablo".
Sé que estas palabras mágicas son mentira.
Me enciendo un pitillo.
Pongo la televisión, Telecinco, para más señas. El señor de todos los días con voz de informativo me pone al corriente de lo que pasa en el mundo. Lo que él no sabe es que me importa una jodida mierda lo que pase, que yo le quiero como voz de fondo.
Voy al baño, descalza, por pereza.
Me doy cuenta de lo desordenada que está mi casa y de que pronto tendré que llamar de nuevo a la asistenta, aunque sé que se lleva de perros con mi pajarraco chillón.
Me siento en la taza del water y medito sobre lo último que estoy leyendo. Me gusta el tono de Lolo Rico, es fresca. Pienso que de mayor me gustaría ser como ella… Pero qué coño. Ya soy mayor.
Hoy me espera otro desesperante día de trabajo.
Me desnudo.
Me gusta desayunar desnuda con el presentador de los informativos de Telecinco mirándome desde el otro lado.
En la cocina: el café del día anterior todavía me da para una taza para el de hoy. Unas tostadas con aceite y miel porque me parecen el alimento ideal para una noctámbula como yo.
Y un zumo de bote que me permita digerir el sexo con Pablo.
Luego vuelvo al baño. Me meto en la mampara y me siento como una pasajera de una nave nodriza: allá estoy aislada del mundo.
Me gusta el mango de mi ducha. Es la única forma fálica fiel de todas con las que me relaciono.
Le doy al agua caliente: para mí es necesario que queme al principio.
Primero la cabeza… Luego detrás del cuello…
Nada tiene importancia cuando el agua cae a borbotones detrás de mi cabeza.
Los pechos… Primero el izquierdo hasta que se encoge y se pone erecto. Luego el derecho: misma hazaña.
El vientre. El ombligo.
El pié izquierdo y subo hasta la ingle.
El pié derecho y subo hasta la ingle también.
Mezclo el agua caliente con la fría hasta que la temperatura es ideal para mi sexo.
Y subo despilfarrando millones de gotas desde la ingles, que junto con fuerza, hasta el pubis.
Luego, detrás.
Cierro el grifo.
Tomo el champú y masajeo la cabeza.
Lleno la esponja de ese jabón aromático de lilas que fabrica Pablo.
Me embadurno.
Abro de nuevo el grifo.
Lo enfoco directamente a mi sexo. Mis piernas se entreabren un poco más.
Inclino mi mango de forma tal que el agua entre en mí pero manteniendo aún la distancia justa del deseo.
Pellizco mis pezones. Los acaricio. Me los acerco hasta poder lamerlos.
Mientras…
La espuma se va escurriendo por mi espalda… Se enfría… Todo el calor se centra donde quiero.
Acerco aún más ese chorro tibio hasta que el mango roza mis labios.
Me arqueo.
Me apoyo en la pared y vuelvo a dejar colocado ese mango para que el agua no se detenga.
Me acaricio.
Te pienso.
Recreo cada uno de tus mordiscos en mis nalgas.
Introduzco primero un dedo siguiendo el ritmo del agua.
Jadeo oyendo de fondo al periodista de Telecinco.
Y tras introducir tres dedos de mi mano derecha, sucumbo orgiásticamente a esta jodida adicción onanista.
Luego la rutina se abre paso.
Me visto con la prisa del saber que llego tarde.
Cojo las llaves del coche, algo de dinero.
El maletín atiborrado de papeles que siempre digo de limpiar: pero en él, el caos es orden.
El tabaco.
Salgo cerrando la puerta tras de mi.
En el ascensor me dedico un beso, retoco mis labios con mi dedo índice. Enderezo el cuello de mi camisa, coloco el collar, atuso el mechón moreno que me cae rebelde por la frente.
Salgo del portal de casa con la sensación del deber cumplido y un buen orgasmo en el bolsillo trasero de mis tejanos.



28 marzo 2006

Sexo contigo


Treparte.
Saltar hasta tu grupa.
Enfundarme en tu sexo…
Meterme en esa especie de espiral que forma tu ombligo desde un ángulo imposible.
Terriblemente atrapada entre tus piernas.
Excitada hasta lo sublime mirando un techo que se entorna cada vez más bajo.
Darme la vuelta.
Percibir un peso en movimiento en mi espalda.
Tomarte las muñecas mientras estás dentro.
Arquearme.
Voltearme en una acrobacia de circo para encontrar tu media sonrisa de vuelta.
Gemir hasta quedar exhausta.
Permitir a la lujuria enredarse en mis muslos.
Entreabrirme de nuevo.
Sentarme a fumar un cigarrillo mientras lees a Blake.
Lamerte el costado.
Apartar al autor y no besar tu boca.
Notar tu risa acariciando mi sexo, tu lengua dibujando un trébol…
Hacer sexo contigo con la ventana abierta.
La luna mirando con sus lentes de cerca.
Permitirte el paso en mi cuerpo.
Ofrecerte mis senos como un último refugio.

Tener sexo contigo ha sido sorprendente.
Después de tantos años.
De tantas noches.
De tanto.

Para cuando leas ésto, José Luís, estaré de nuevo con el albornoz a medio poner, el pelo a medio secar, el libro en el suelo, y unas ganas terribles de revolcarme de nuevo contigo.

Pero, que no sirva de precedente sentimental la noche del domingo pasado.

Esto es sexo, camarada, amigo.




24 marzo 2006

Casualidades


Fumo demasiado. Tengo tendencia a las adicciones y mi alterego está demasiado ocupado escribiendo por ahí. Le reclamo, le solicito y me dice que me den por la punta del tacón, que tiene otros menesteres, que cumple contratos de cotidianidad y que, frente a eso, mis historias pueden irse a hacer puñetas.
Es lo que tiene tener un alterego escritor, egocéntrico y snob.
Esta mañana me llama Jose Luís antes de las siete. Pensé que se había caído de la cama, o que le habían echado, o que su última amante lo despidió antes de que le diera tiempo a quitarse el condón.
Me dice que si ayer vi la nueva serie de Televisión Española, “Con dos Tacones”, le dije que no, que ayer Jueves, estuve con Helena e Igor: me invitaron a una cena de rancios poetas en casa del primero. Y que, como bebí demasiado para no escuchar la estructura de la neopoesía, cuando llegué a casa sólo tuve tiempo de cerciorarme de que llevaba mis bragas puestas y meterme en el sobre.
La angustia de su voz se transformaba por momentos en asombro.
-¿Por qué has vendido tu vida a una productora de series sin pedirme permiso?
Entre la resaca y las prisas para no llegar tarde al trabajo no sabía exactamente de qué me hablaba.
-José Luís, cambia de camello, por todos los astros, que te está vendiendo mierda ¿de qué me estás hablando?
Y me cuenta, que en esa serie de estúpidas marujas, de desesperadas a la española y de guiones burdos, según su opinión, Lorena Verdum representa, para él sin dudas, mi vida, o por lo menos, me refiere que las coincidencias son tantas que le dio hasta miedo… Sus palabras se trababan, acelerado me comentaba todos los detalles…
Yo me eché a reír, sobre todo porque no pensé que un Jueves Jose Luís se dedicara a ver TV en vez de fotografiar el mundo.
-Ya ves, Jose, cada vez somos más las que salimos del armario sentimental y declaramos de forma rotunda las relaciones sin ataduras con hombres bien atados…
El pobre, que me había animado allá por Noviembre a iniciar un blog donde anotara mi vida, porque le parecía original (y para mí pura rutina, sin excentricidades, una vida simple como una mata de habas) se vio apenado por ver que “Tacones hay más de una”
-Joder, podrían haberte llamado y pedirte opinión, porque, para qué engañarnos, a Lorena Verdum no me la imagino como te veo a ti, encaramada al mundo sobre unos tacones…
Hemos quedado para el martes que viene para, con la excusa de tomar una caña, tomar instantáneas de nuestra ciudad…


P.D.: Tras tantos años con los sicarios de ETA acechando a la vuelta de la esquina, hoy es un gran día. Brindo con mucho gusto por nosotros, por la libertad y que se vaya al pairo la prudencia, que no se escribieron las grandes historias con personajes prudentes precisamente…

Hoy más que nunca…: SALUD..!!

21 marzo 2006

Carmen

Mi compañera de trabajo es de esas personas a las que deberían hacerlas fijas anunciando cualquier cosa en televisión. Lo tiene bien fácil: siempre sonríe, pase lo que pase, ya se caiga el edificio de enfrente, arda nuestra planta, impacte un meteorito en su mesa o el jefe vuelva a acariciarle la nuca y a indicarle que vaya a su despacho, ella siempre sonríe. Y no sé por qué narices lo hace, porque motivos no tiene últimamente para ello: su último novio la dejó por una fulana diez años más joven, su hijo no le hace ni puto caso desde que descubrió su otro yo en msn, sus amigas están a base de diacepam pasando las horas muertas en sus casas y, para colmo de sus males, su trabajo depende de lo bien o lo mal que le salga su felación matutina al jefe.
Pero ella sonríe, siempre sonríe.
Y además, tiene un sentido del humor que para mí quisiera después de muchos de mis orgasmos.
Carmen es de esas personas que el destino te pone al lado para verle el chiste a la vida, y es que, no hay cosa surrealista que no le pase a ella:

- Ay, Tacones, si vieras lo que me pasó ayer.

Y no sabría decir qué le ocurrió, pero que trasnochó y que se bebió hasta el agua de los floreros lo expresaba a gritos ese maquillaje como de barbie en manos de una niña.

-Ay niña, Tacones, ven que te cuente. ¿Nos fumamos un pitillo?

Aún a pesar del frío, de la lluvia, y de la primavera de las narices que me pone de los nervios, la acompañé a la calle…

-Anoche salí, Tacones…
-Ya, tienes unas ojeras que lo confirman, Carmen.
-Pues nada nena, que me fui de copas con María, ¿sabes quién te digo?

Y aunque no tenía ni idea de quién era María, le dije que sí, en caso contrario, hubiera seguido su conversación ineludiblemente de un: “sí, joder, la novia del que era amigo de mi ex, esa tan mona que se alió conmigo cuando…” o algo por el estilo.

-Ya, ya, María…
-Tacones, qué noche más absurda. Qué mierda pillé, a mis años, qué vergüenza. Como si ahora tuviera 25, por Dios, si creo que hasta le tiré los tejos a la camarera del "22".
- Hombre, Carmen, la camarera tiene su aquel…
- Calla, calla…

(Como si la jodida me dejara hablar)

- El caso es que llegué a casa sobre las cinco de la madrugada, imagínate, borracha como una perra, casi a cuatro patas. Total niña, que llego a mi cuarto, enciendo la luz de la lamparita. Y me voy al baño.

Pensé, “Tacones, vete a por un cartón de tabaco que las historias de Carmen se sabe cuando empiezan, pero no cuando acaban”

-Pues eso, que me voy al baño y me bajo el pantalón para mear… Ay, Coño!!! No tenía bragas!!! Como te cuento Tacones. Total, me subí el pantalón y me fui al dormitorio otra vez.

Para haceros una idea de cómo es Carmen, no tienen ustedes nada más que ponerle la cara de “La Charo”, el nuevo fichaje de “7 vidas”, ni adrede las dos podrían parecerse tanto.

-Jajajajja joder Carmen
-No te rías, llego al dormitorio, tú sabes que yo en mi techo tengo estrellitas de estas tan monas que lucen en la oscuridad…
-Sí, lo sé… (Como para no acordarme del montaje en plan Planetario que tenía Carmen en el techo de sus aposentos)
-Pues me encomendé a ellas: despacito miré al techo, desabroché el pantalón, me lo bajé deprisa y me miré… Nada, allí estaba mi chocho pelón al descubierto… Me lo volví a subir, me lo volví a bajar… Ni rastro de las bragas, Tacones.

Ya podía yo imaginarme a Carmen mirando deprisa sus partes bajas y subiendo y bajando el vaquero en un intento de que, como por arte de magia, aparecieran las bragas.

-Pues nada nena, que llamé a María y le pregunté que si me había liado a algún varón aquella noche, que digo yo que me hubiera acordado, pero hija, no sabes lo mal que me siente la bebida a partir de la quinta copa, y nunca se sabe, que hay hombres que te la meten y ni coscarte… Yo a María no le dije nada de lo de mis bragas, qué pudor Tacones… María coge el teléfono, y me dice que no me he acostado con ningún tipo, por lo menos que ella recuerde, hija, y voy a colgarle el móvil y me suelta: “Oye, Carmen, y que las bragas las tienes en el 22, córtate un poco guapa, porque la camarera dice que otra declaración de amor como la que tuviste con ella anoche y nos prohíbe la entrada”

Exploté de risa, pero con una carcajada como hacía tiempo no soltaba…

-Tacones coño, no te rías que aún se me ponen los pelos como escarpias… ¿En qué estaría yo pensando para quitarme las bragas y dárselas a puñetera camarera?

Sin parar de reír, comprendí por qué Carmen siempre tiene esa sonrisa en su cara, por qué la vida es un chiste y, por qué para el jefe es tan sencillamente fácil tener sexo con ella.

Carmen, Carmen, que sería de mis cigarrillos laborales sin tus historias…

15 marzo 2006

Por ti, Javier Krahe. Para ti, "La Frutera"



Tengo el aspecto del homínido más viejo del mundo.
Del que ha corrido por todas las calles empedradas.
Del hombre que huyó de las guerras, en pleno fragor de la batalla…

Tengo, la aspereza que da la voz ronca
El mal humor de los necios…
El porvenir arruinado…
Las canas de todo el inserso
El corazón de hojalata…

Tengo todo lo que quiero:


Menos tus manzanas redondas…

Tus peras redondas…

Tus labios con tus palabras a gritos…
Gritando “niñas, no se vayan”

Y si bajo por mi escalera
Corbata asida…
Temblando el pulso…
Miedo me da si pienso
Que vas a morderme el fruto…

Frutera de mis delirios…

Y yo…

Viejo hombre de mundo...
Paseante de calles empedradas…
Cobarde que viró la vista,

Me muero por tus peras y tus manzanas…

Frutera de mis erotismos...

Que nunca me vi en el trance de pensar,
que hacerte el amor en el mostrador
Me costara más que hipotecar mi casa...



10 marzo 2006

La Frase


Ayer estuve con Jose Luís rememorando viejos tiempos. Tomamos una caña saboreando una noche andaluza que, aunque fresquita, dejaba ya entrever atisbos de una primavera inminente...

-Tacones, me gusta estar contigo...
- Y a mí también contigo, Jose Luís...

Sacó su cámara y fotografió la imagen de la cabecera...

Dijo una frase que hizo venir de golpe nuestros peores tiempos...

- ¿Sabes? La vida es una mala noche en una mala pensión...

Y se quedó tan agusto...

Pedimos otra ronda, y así, escuchando la percursión de ese grupo callejero nos dieron las tres de la madrugada...

08 marzo 2006

En Construcción


De pronto escuchas una voz del preconsciente a la que quieres acallar de todas las formas posibles, pero parece tener vida propia.
Hojeas el blog que te gusta, ese otro en el que escribes, aquel al que tienes cariño, el que te sorprende, la historia que te engancha, el que te enseña, el que te excita, incluso ese que te pone de una mala hostia exquisita. Y todos ellos tienen un puñetero punto en común: están jodidamente bien ornamentados. Tan completos, tan con sus dibujitos, sus reseñas, sus comentarios, sus fotos tan bien colocadas, sus fondos…
Vuelvo al mío, y me da la risa floja.
Debí nacer hace menos años, o en todo caso, aprender el idioma “informático-castellano”.
Porque a pesar de haber pedido ayuda a gritos, de haberme sido dada, y de sentarme con una tila alpina, una cajetilla entera de pitillos y todo el tiempo del mundo, esta Malditos Tacones, es incapaz de traducir los pasos que me van indicando…
Me he dado por vencida, me quedo con este blog tan naif, tan simplón.
Qué soy una torpe, que vale, que lo sé, que Jose Luís, no me mates por no tener ni idea de cómo mejorar esto… Pero bueno, tú tampoco coño, y no te digo nada…
Que si me quieres buscar en otra parte mucho más bonita ya sabes dónde encontrarte, mientras tanto, no me des más caña, que te juro que lo he intentado, pero chico, no me sale. No hay manera.

P.D.: Busco guía espiritual que ilumine el camino de la sabiduría decorativa de un buen blog.

07 marzo 2006

Un ejercicio difícil


Cinco lugares donde morir:
En un híper a primeros de mes.
En una conferencia de Arrabal
En un recital de poesía
En un OVNI
En la gloria

Cinco series de TV:
Doctor en Alaska
Friends
La cabeza de Hermman
Monk
A Golpe de Bisturí

Cinco Películas inolvidables:
Naúfragos
The man on the moon
Mediterraneo
La Ardilla Roja
Lolita

Cinco libros imprescindibles:
La Espuma de los días
Los Bogavantes
Sexus
Se busca una mujer
Aurora

Cinco canciones inmortales:
Hotel California
Indian Summer
La Tormenta
Rompecabezas
Óleo de una mujer con sombrero

Cinco trabajos interesantes:
Ama de llaves del Vaticano
Catadora de dulces de chocolate
Filósofa
Probadora de carmín para labios
Zapatera

Cinco que debieran continuar (aunque no lo van a hacer, digo yo. Joder, lo mismo corto la cadena y me cae una maldición bíblica o vete tú a saber…)
Fracasar no es fácil: Eddi Vansi (
www.bestiario.com)
Al fondo a la izquierda (
www.ideal.es)
La Trinchera Cósmica (www.bestiario.com)
Antona (
www.aantona.blogspot.com)
Reflexionesdeuntrasto(www.blogs.vivito.net/blog/reflexiones_de_un_trasto)

Siempre he pensado en la inutilidad de decidir, que conste, aún así, me ha gustado el ejercicio.

25 febrero 2006

Tal vez


En un alarde de bestialismo a una le da por escribir. Por retener impresos retazos de su cotidianidad enclenque, burda.
Para el fin de semana, la rutina de los cinco días anteriores se ha hecho pasado. Y repaso el calendario. Y decido volver a los paseos, a los pasos.
Tal vez lleve razón el Doctor y deba cambiar de agenda, o pasar página. Pero tal vez, hoy no sea el día y lo que me apetezca sea mirar qué tengo anotada en ella, por si se me pasó algo interesante.
Diría que una, a estas alturas de la película, está empezando a vivir. Joder, qué suerte, y que pocas ganas, qué pereza. Debe de haberme sentado mal leer de nuevo "La Espuma de los días"
Ya no tengo cabeza para viejas glorias.
Si los martes no se llenan, si los jueves se quedan vacíos, volveré a la fotografía.

También a la música, pero esta vez sin que nadie me oiga.
En todo caso, podría retomar mis anotaciones para futuros ensayos. O escribir relatos pornográficos para ese panfleto subversivo que me tira los tejos. O volver a la política.

O, incluso, volver, que no es poco.
Mi ciudad se convierte de nuevo en mi refugio.
Gracias Jose Luís por fotografiármela y enviarme todas las visiones que tienes de ella: es raro que viviendo los dos aquí, se me pasen por alto tantas cosas.
Pondré tus visionados de nuestra urbe en este “blog de notas”, en este cuaderno red.
Lo que me jode es que seas demasiado amigo como para ser amante, demasiado soltero para estar casado y demasiado parecido a mí como para que seas mío.
Tras todos estos años, sigo igual. Más canosa. Menos amantes en estos últimos meses y más despistada que de costumbre.
Debieras ser el visor a través del cual mirar el mundo, o joder, por lo menos, préstamelo para ver mejor a mis futuros hombres...

Ya sabes que a ti, nunca te beso.

23 febrero 2006

Apuntes en una barra de hielo


Esta vida de prisas no le deja a una tiempo para sentarse un ratito y decir, “me quedo en off, no estoy ni para mí, no cuenten conmigo”.
Recapitulemos Tacones:
1. Los Martes siguen vacíos; Algo de cenar y una película.
Tengo un candidato a la vista que puede sustituir a Fernando, pero aún ando ajustando perfil al puesto.
2. Igor es ya hombre divorciado y, por ende, separado también de esta Tacones que escribe.
Nuestra despedida fue melodramática, exagerada, como lo es todo en él: histriónico. Terrible. Él llorando, borracho, suplicando que no le abandonase yo también, que qué iba a hacer ahora con los zapatos…
- Busca una cenicienta cuando pasen las doce- no puede evitar soltarle la paparruchada…
Al día siguiente de mi ruptura sexual con Igor tuve un insight, le llamé y le comenté que por qué no le daba una oportunidad a Helena, mi vieja amiga, que por qué no la apadrinaba en el ático un tiempo. Que pasaba un mal momento, que la pobre se había instalado en casa y que yo no estoy hecha para compañías.
Quedamos para cenar los tres: Igor, Helena y yo. Los presenté.
Ella tan dulce, tan mona, tan conjuntada, tan bella…
Igor pareció olvidarme antes de que llegaran los postres: para ese momento, ya andaba manoseando las medias de cristal de mi amiga bajo la mesa.
Hijo de puta, salivaba como un perro de Paulov al escuchar la campanilla (sólo que Helena era mejor alimento)
Helena quedó encantada con Igor (ingenua) y quedó en instalarse en su ático al día siguiente: por su parte, mi antiguo amante, encontró una pava a la que sorprender con sus discursos esnobistas y a la que llevar del brazo a sus recitales horteras en recintos vips.
Y es que: no hay un roto para un descosido.
Martes libres, Jueves libres también… Tacones, ¿qué te está pasando?
3. Hablé con Carlos, el marido de Helena, ya no sé ni cuanto hace. Tal vez un par de semanas. Era previsible…
- Tacones, Helena tiene que volver conmigo. Yo la quiero.
- Eso se lo cuentas a ella Carlos. ¿Ya te has hartado de la otra?
- La otra es sexo Tacones. Está ahí y va a estar todo el tiempo que necesitemos el uno del otro.
- Vale, eso se lo cuentas a tu querida Helena, Carlos. Lo que tienen mujeres como ella es que no soportan una relación a tres. Para este tipo de hembras, es incomprensible que después del sexo con ellas, siga existiendo el sexo, si no es también con ellas. ¿No has pensado compartirla con la otra y montaros un trío divertido?
- La otra tampoco lo acepta.
- Jajajaj, lo tuyo es mala suerte.
- Estás muy guapa, Tacones.
- No voy a follar contigo, Carlos. No te pongas pescuecero.
A Carlos le había negado sexo miles de veces, aunque había follado con él hacía tiempo. Eso sí, siempre con Helena, que veía el sexo conmigo el sexo con ella misma. Reconozco que los tres lo habíamos pasado bien, muy bien.
Pero no podía empezar un rollo con Carlos porque ya no me atraía como antaño. Es un hombre atractivo, eso es innegable, pero no me siento capacitada para soportar a Helena y sus rollos pareja. Y eso es lo que tendría que aguantar a cambio de tirarme a Carlos y a Helena.
Tal vez me esté volviendo vieja… Puede ser.
4. Echo de menos a Fernando. Mucho. Pobres Martes, tan vacíos, tan solos.
5. Ismael anda en crisis. Mi querido Ismael. Su mujer está embarazada de nuevo. Su sexto hijo, así, como lo leen, sin anestesia ni nada: S e x t o.
Yo se lo digo: “Ismael, es lo que tiene ser supernumerario”
Lo que aún no comprendo es cómo su mujer, tras veinte años de matrimonio, no se haya percatado de la potencia sexual de su marido, y sólo acceda a hacer sexo con él vestida, con la luz apagada y con el fin de procrear.
Y lo más surrealista de la historia es que a Ismael, le excita ese rollo, le pone a cien ver a su señora de esa guisa esperándole en la cama, aún a sabiendas que lo máximo que obtendrá de ella son los cuatro gemidos justos para indicarle que la saque a toda leche.
Este sábado pasado Ismael y yo no follamos. Me desnudé, me puse sus botas y estuvimos fumando y charlando hasta altas horas. Es triste su doble vida.
Tan beato, tan vicioso…
Esta trayectoria le tiene que pasar factura, y alguna patología esquizoide resultará de tan contradictorias aficiones.
Si su mujer nos viera, estaría rezando rosarios hasta después de muerta.
Pobre, con lo recatada que es ella…
Gustosa la invitaría a una sesión con su marido. Disfrutaría como un animal.
6. Qué jodido destino, este invitado amoroso sí que sabe cómo hacer para no salir de tu cama...

19 febrero 2006

A primera hora de la mañana


Viene y me propone sexo.
Así, a quemarropa.
Como si fuera lo más importante en este mundo, lo último que hacer.
Quedo en un principio sorprendida, no por la propuesta de hacer sexo con él, claro está, si no por la premura de su petición.
Yo allí, sentada plácidamente en mi oficina, con sus clips de oficina, sus cajones de oficina y su olor a recién limpio.
Cómo iba siquiera a intuir que ese hombre casi cincuentón, encorbatado, que viene de mes en mes a liquidar sus cuentas pendientes, iba a acercase más de lo cotidiano y decirme, sin cortedad alguna, que deseaba reposar su miembro entre mis piernas.
Y no es que no me apetezca asirle de esa camisa recién planchada y a horcajadas sobre él cabalgar la mañana entera…
Pero hombre, así, tan de repente (y yo con estos pelos) no se proponen las cosas...
Que una debe ponerse el zapato adecuado…
Adecuar también la liga a la media…
Calzarse una braga que no suprima el encanto de la liga y...
A su vez, un sostén que no sostenga demasiado…
Que una… Debe pintarse el carmín justo para marcar el glande…
Ponerse el rimel suficiente para no parecer una muñeca de cartón piedra…
Ajustarse el pelo a la nuca para poder ser asida sin entorpecimiento…

Anillar el collar al cuello...
Debe… Ponerse en la muñeca la joya que no suena…
El anillo que no pellizca…
La tobillera que quedará frente a sus ojos una vez de pie encima de su cuerpo…
Y, sobre todo, una debe entender que el hombre que tiene delante no es el peor amante del mundo…

P.D.: La próxima vez que quiera usted sexo conmigo, procure no decírmelo cuando tengo a su señora al otro lado del teléfono.

08 febrero 2006

Leandro


Leandro, mi ocupación del viernes, es albañil. Albañil y pensador, como él mismo se autodefine. Tiene una mujer horrenda, ordinaria, rubia de bote con el tinte siempre a medio echar y con una mala leche continua en el filo de los labios. Entiendo perfectamente por qué Leandro no se acuesta con ella desde que tuvieron a su cuarto hijo. Yo tampoco me metería en la cama con esa mezcla entre oso hormiguero y mesa camilla.
A Leandro lo conocí en la carnicería de un híper cercano a casa. Él estaba comprando al milímetro lo que su mujer le había anotado en una lista mal escrita, con letra de parvulario tonto:
- ¿Cómo quiere la pechuga?- le preguntó apuntándolo con un cuchillo el carnicero
- Yo…Como la de esta señora- contestó risueño mientras señalaba mis pechos embutidos en una camiseta estrecha.
Lejos de enfadarme y reprochar tal actitud machista, en plan feminista del todo a cien, me aparté a un lado, anoté mi número de teléfono en un papel.
Me acerqué con paso firme:
- Caballero, se le ha caído esto.
Y seguí esperando mi turno pacientemente.
Ustedes pensarán que qué fácil. Y sí, ¿por qué tienen que ser las cosas complicadas? Pensé en cómo me follaría Leandro, que en ese entonces no sabía qué se llamaba así, cómo con sus manos rudas y grandes aplastaría esos pechos a los que tan alegremente había hecho mención, y aposté casi mi oreja izquierda a que sería una bestia en la cama. Los restos de hormigón en el pantalón, el yeso aún en la cara… Leandro tenía que trabajar en la obra, eso lo lleva cualquier albañil en la cara, no hace falta ser una Aramis Fuster para averiguarlo.
Al mirar su calzado, sucio, lleno de barro, descuidado y roto a la altura del talón, no me cupo la menor duda: Leandro había nacido para actor porno.
Imaginarlo entre mis piernas, sudando, manteniéndome cogida por los hombros cuando me penetraba para sentirle más adentro me puso caliente… El subconsciente hizo el resto, y aunque iba a comprar chuletas de cabezal, le dije al carnicero:
- Póngame medio de criadillas…
Esa misma noche, el teléfono me devolvió una voz tímida, como esperando una broma macabra… Leandro y yo formalizamos nuestra relación para los viernes.
La semana antes de nuestro primer encuentro, que lo ajustamos a nuestros horarios y a un hotelito muy mono a la salida de mi ciudad, hice todas las cábalas posibles sobre cuál seria el fetiche de mi amante: tal vez un mono de la obra y follarme por la abertura que ellos usan para mear… Quizá, ensayar una obra hortera en la que yo soy una fémina a la que violan en la obra… Vete tu a saber, mi imaginación siempre ha ido un paso por delante de mi consciente.
Leandro resultó ser un obsesivo compulsivo del sexo: la cama con él conforma un ritual de principio a fin.
Siempre una ducha antes, siempre maquillaje en el clítoris y labios, siempre perfume únicamente en la planta del pie.
Y, su fijación por los zapatos también se abrió como una sorpresa: unas sandalias en cabritilla negra imposibles. Desde entonces me desenvuelvo con él sobre 12 centímetros… Preferí no sacar ninguna conclusión lógica acerca de su predilección por tal calzado, ¿para qué?
Este viernes, Leandro ha sido una dosis de buen humor.
Follamos bien a gusto, con las sandalias desprendiendo olor a canela, por el perfume que él ha escogido para mí, y reímos… Y reímos muchísimo.
Al volver a casa, sentí que merecían la pena todas y cada una de mis relaciones. Aunque ahora los Martes estuvieran vacíos e Igor tuviera, a partir de esta semana, que buscar consuelo en alguna fulana de las que van a sus recitales.
Helena, la jodida Helena que es una rémora en casa, me estaba esperando despierta; Ya venía yo llena de sexo, cansada, y preferí dejarme hacer una vez más y ser parte pasiva de su fogosidad.
El sábado sonó el teléfono. Era Carlos, el marido de Helena. Quedamos en vernos el domingo de esta semana, que estaba muy ocupado, que su agenda no le permitía antes… Seguro que quiere que vuelva, que él puede organizarse con las dos…
Y yo, tengo ya ganas de facturar a mi señorita de compañía porque no estoy hecha para vivir con alguien más que mi pajarraco. Que, por lo menos, él no habla.