Tras más de un año, con todos sus meses, sus días, sus horas; Con todo su tiempo lleno de cosas por, para y sin hacer, Helena fue madre de una niña hermosa, a la que llamó Luna en honor a las noches en vela. El padre de la criatura, un respetable padre de otra familia.
Helena y su Luna, y sus noches en vela de pañales y teta y biberones se instaló en casa. En una casa que hasta entonces había sido mía. Y es que, no escarmiento ni tampoco sé dejar a nadie en la estacada y joder, así no hay quien viva su vida, ni yo la mía.
Hace poco más de un mes que Helena consiguió enderezar su historia y alquilar un piso, no es que no lo hubiera hecho antes por falta de dinero, porque yo misma se lo hubiera prestado a cambio de recuperar algo de independencia, sino más bien, por falta de madurez; y eso, coño, ni se compra, ni se vende, si aparece de la noche a la mañana. Pero vaya si su hija a puesto un punto de cordura en su cabeza de transparencias y peinados magníficos.
Y ahora las echo de menos, a ella y a su hija. De pronto la casa se ha quedado en silencio.
He aprendido a olvidar a algunos de mis hombres y lo más jodido de todo, a engancharme justo del que no debo.