25 abril 2006

Censura



“Dictámenes para mejorar el acto de censura” Dirigido a dirigentes políticos.

“Coja usted el periódico con dos manos. Siéntese y pídase un café o un carajillo y dispóngase a leerlo plácidamente. Total, si llega dos horas tarde al trabajo, ¿quién va a osar a decir nada?.
Tome la lupa de tres aumentos. Abra la página y pase por alto todo aquello que se refiera a nosotros directa o indirectamente.
Ignore, así mismo, aquel contenido que reproche sus actitudes o últimas directrices de partido. Pásese por el forro, las críticas de la oposición o el malestar de la población respecto de este tema o aquel.
Ahora sí: tome rotulador rojo, ponga cara de “ahora te he pillado” y, decida a pito-pito, entre los dos articulistas de siempre (esos dos a los que ya no puede ni ver, que le ahogan, que no callan los cabrones) quién dice esta vez, algo que le hará saltar de sus casillas o, decida, si es el caso, quién entre ellos, será la cabeza de turco necesaria para pasar por la quilla de su arrogancia.
Acerque la lupa mencionada anteriormente y comience a tragar letras. Qué gusto, relámase si quiere. Comience a subrayar todo aquello que, aún sabiendo que es axioma, le sienta como una patada en los cojones. Disfrute orgiásticamente de su farsa demócrata, su pueril autoengaño, de saber que eso que está leyendo es la excusa perfecta para dejar claro quién sigue mandando aquí. Esos progres no aprenden, los hijos de puta. Ya sabe usted que la Constitución se la puede pasar por donde amargan los pepinos.
Fotocopie el texto subrayado y déjelo, así, como quien no quiere la cosa, encima de la mesa de su víctima”.

Y así, lectores, acaba la primera lección de esta entretenida entrega de “Dictámenes para mejorar el acto de censura”, dirigido a dirigentes políticos.

Mañana más.


P.D.: Porque no puedo dejar este texto donde debo.

23 abril 2006

El Mosquito



De pronto el zumbido de un mosquito trompetero rompe el encanto.
Allí, ensimismado en la contemplación de esa nada, con ella al lado, decide encararse con la bestia voladora.
Si ha estado en la habitación durante todo el tiempo que ha durado el sexo, ¿cómo es que ha pasado desapercibido hasta ahora?
Tal vez los gemidos y gritos de ella han sido excesivos, debatiéndose entre el placer, el dolor y el orgasmo, para no perecer de gusto.
Quizá debimos bajar el tono de Chet Baker y no dejar sordo al vecino pervertido de al lado, que, a fuerza de forzar su oído izquierdo para oírnos, ha perdido del todo el derecho.
Fuera, en todo caso, el hecho de que los cuerpos desnudos suenan de manera sorda al rozarse, o que salen chispas durante la penetración que se transforman en acordes, o que mis embistes masculinos han insonorizado la estancia ocupándolo todo.
Pero, yo juraría que ese jodido mosquito no estaba aquí cuando llegamos.
Que sólo estaba ella, que se sentó en el borde de la cama al llegar, que se encendió un pitillo aún a pesar de saber que lo detesto, que balanceó su pié apoyado sobre su pantorrilla en un cruce de piernas imposible, y que solo estaba yo: dubitativo por ser un encuentro a trasmano, a traición, inoportuno tal vez. Azaroso, en definitiva.
Pero sí, ese maldito trompetista diminuto me ha jodido, me ha dejado en vela. Ahora: cuando la noche deja ese regusto de deseo y de sabor a su sexo en mi boca, en mi sexo, en la almohada.
Ahora, llega y lo jode todo ese cantor desafinado.
Hijo de puta.

Eso debió pensar él mientras tanto, pero yo ya estaba dormida: al abrir los ojos, le encontré mirando unos slips recostados en el suelo.
Sin poder evitarlo, me giré sobre la cama y los levanté: debajo de ellos, un mosquito yacía con una trompeta al lado.

“Los insectos no soportan el jazz; Creo que se ha suicidado”, me dijo.

Volví a conectar a Chet Baker y follamos de nuevo con la misma intensidad de hacía unas horas.

19 abril 2006

Al lío



De nuevo de vuelta.
Sí, que poco dura lo bueno, y lo excelente un jodido suspiro. Pero qué suspiro, eso sí.
A día de hoy, aún no he podido formalizar mi rutina semanal, y mis amantes están de un humor de perros. Pero esto es lo que hay. Hasta que no ponga un poco de orden en mi casa, en mi pajarraco, mis papeles y mi alterego, no hay “tío páseme usted el río”.
Todo está en pause excepto Jose Luis, que haciendo mal uso de nuestra confianza, ha terminado por dejar unos tímidos slips en el último cajón de mi armario japonés maravilloso.
No le he comentado nada del detalle. Aunque les parezca extraño, me gusta verlos ahí. No me incomodan.
Anoche estuvo aquí, primero para intentar arreglarme la lavadora, que se ha ido a tomar viento no sé qué de un tubo por culpa de la cal, luego que si unas cañas, “venga Tacones, vemos House y me largo”, algo de picar, y como era previsible, volvimos a echar un polvo.
“Qué quieres, me dijo, esta Semana Santa no he visto más que vírgenes”.
Jose Luis comienza a llenar demasiadas horas en mis días. No me importa, sigo con mis amantes, ya saben ustedes: menos martes y jueves, sigo con mi quehacer autómata, sigo en plena conquista de ese desconocido vía mail, sigo, que no es poco.
Y él conmigo, silencioso, casi como si no estuviera. Convencido, en última instancia, de que si se hace un ser visible por completo, esta Tacones le mandará al pairo sin contemplaciones.
Porque me conoce.
Porque son muchos años los que hemos pasado juntos en vela.
No sé donde terminará mi extraña relación con Jose Luis...
Tampoco me preocupa demasiado…


P.D.: Me alegro muchísimo de verlos a todos de vuelta!
P.D.: ¿dónde estarán los mozalbetes como el de la imagen?

12 abril 2006

En estas fechas tan señaladas...

Llevo colocada con el olorcito a incienso y a azahar desde el Domingo de Ramos.
Hasta el lunes tras la Semana Santa, esta Tacones no dejará de usar las sandalias a ras de suelo, las faldas de flores y las camisas de lino, dejando aparcadas las alzas ortopédicas con las que, habitualmente, anda.
Disfruten ustedes de estas minivacaciones como prefieran: hagan el amor, follen o métanse debajo de un traje de nazareno, o del paso, incluso, pero disfruten.
En estas fechas, beatos y ateos se dan la mano para disfrutar, cada cual a su manera, una "Semana de Pasión".

04 abril 2006

Mañana de Martes


Amanezco con una resaca merecida. Ganada a pulso.
De nuevo, al levantarme, me he hecho la misma promesa rutinaria de todos los martes: "Voy a dejar a Pablo".
Sé que estas palabras mágicas son mentira.
Me enciendo un pitillo.
Pongo la televisión, Telecinco, para más señas. El señor de todos los días con voz de informativo me pone al corriente de lo que pasa en el mundo. Lo que él no sabe es que me importa una jodida mierda lo que pase, que yo le quiero como voz de fondo.
Voy al baño, descalza, por pereza.
Me doy cuenta de lo desordenada que está mi casa y de que pronto tendré que llamar de nuevo a la asistenta, aunque sé que se lleva de perros con mi pajarraco chillón.
Me siento en la taza del water y medito sobre lo último que estoy leyendo. Me gusta el tono de Lolo Rico, es fresca. Pienso que de mayor me gustaría ser como ella… Pero qué coño. Ya soy mayor.
Hoy me espera otro desesperante día de trabajo.
Me desnudo.
Me gusta desayunar desnuda con el presentador de los informativos de Telecinco mirándome desde el otro lado.
En la cocina: el café del día anterior todavía me da para una taza para el de hoy. Unas tostadas con aceite y miel porque me parecen el alimento ideal para una noctámbula como yo.
Y un zumo de bote que me permita digerir el sexo con Pablo.
Luego vuelvo al baño. Me meto en la mampara y me siento como una pasajera de una nave nodriza: allá estoy aislada del mundo.
Me gusta el mango de mi ducha. Es la única forma fálica fiel de todas con las que me relaciono.
Le doy al agua caliente: para mí es necesario que queme al principio.
Primero la cabeza… Luego detrás del cuello…
Nada tiene importancia cuando el agua cae a borbotones detrás de mi cabeza.
Los pechos… Primero el izquierdo hasta que se encoge y se pone erecto. Luego el derecho: misma hazaña.
El vientre. El ombligo.
El pié izquierdo y subo hasta la ingle.
El pié derecho y subo hasta la ingle también.
Mezclo el agua caliente con la fría hasta que la temperatura es ideal para mi sexo.
Y subo despilfarrando millones de gotas desde la ingles, que junto con fuerza, hasta el pubis.
Luego, detrás.
Cierro el grifo.
Tomo el champú y masajeo la cabeza.
Lleno la esponja de ese jabón aromático de lilas que fabrica Pablo.
Me embadurno.
Abro de nuevo el grifo.
Lo enfoco directamente a mi sexo. Mis piernas se entreabren un poco más.
Inclino mi mango de forma tal que el agua entre en mí pero manteniendo aún la distancia justa del deseo.
Pellizco mis pezones. Los acaricio. Me los acerco hasta poder lamerlos.
Mientras…
La espuma se va escurriendo por mi espalda… Se enfría… Todo el calor se centra donde quiero.
Acerco aún más ese chorro tibio hasta que el mango roza mis labios.
Me arqueo.
Me apoyo en la pared y vuelvo a dejar colocado ese mango para que el agua no se detenga.
Me acaricio.
Te pienso.
Recreo cada uno de tus mordiscos en mis nalgas.
Introduzco primero un dedo siguiendo el ritmo del agua.
Jadeo oyendo de fondo al periodista de Telecinco.
Y tras introducir tres dedos de mi mano derecha, sucumbo orgiásticamente a esta jodida adicción onanista.
Luego la rutina se abre paso.
Me visto con la prisa del saber que llego tarde.
Cojo las llaves del coche, algo de dinero.
El maletín atiborrado de papeles que siempre digo de limpiar: pero en él, el caos es orden.
El tabaco.
Salgo cerrando la puerta tras de mi.
En el ascensor me dedico un beso, retoco mis labios con mi dedo índice. Enderezo el cuello de mi camisa, coloco el collar, atuso el mechón moreno que me cae rebelde por la frente.
Salgo del portal de casa con la sensación del deber cumplido y un buen orgasmo en el bolsillo trasero de mis tejanos.