08 febrero 2006

Leandro


Leandro, mi ocupación del viernes, es albañil. Albañil y pensador, como él mismo se autodefine. Tiene una mujer horrenda, ordinaria, rubia de bote con el tinte siempre a medio echar y con una mala leche continua en el filo de los labios. Entiendo perfectamente por qué Leandro no se acuesta con ella desde que tuvieron a su cuarto hijo. Yo tampoco me metería en la cama con esa mezcla entre oso hormiguero y mesa camilla.
A Leandro lo conocí en la carnicería de un híper cercano a casa. Él estaba comprando al milímetro lo que su mujer le había anotado en una lista mal escrita, con letra de parvulario tonto:
- ¿Cómo quiere la pechuga?- le preguntó apuntándolo con un cuchillo el carnicero
- Yo…Como la de esta señora- contestó risueño mientras señalaba mis pechos embutidos en una camiseta estrecha.
Lejos de enfadarme y reprochar tal actitud machista, en plan feminista del todo a cien, me aparté a un lado, anoté mi número de teléfono en un papel.
Me acerqué con paso firme:
- Caballero, se le ha caído esto.
Y seguí esperando mi turno pacientemente.
Ustedes pensarán que qué fácil. Y sí, ¿por qué tienen que ser las cosas complicadas? Pensé en cómo me follaría Leandro, que en ese entonces no sabía qué se llamaba así, cómo con sus manos rudas y grandes aplastaría esos pechos a los que tan alegremente había hecho mención, y aposté casi mi oreja izquierda a que sería una bestia en la cama. Los restos de hormigón en el pantalón, el yeso aún en la cara… Leandro tenía que trabajar en la obra, eso lo lleva cualquier albañil en la cara, no hace falta ser una Aramis Fuster para averiguarlo.
Al mirar su calzado, sucio, lleno de barro, descuidado y roto a la altura del talón, no me cupo la menor duda: Leandro había nacido para actor porno.
Imaginarlo entre mis piernas, sudando, manteniéndome cogida por los hombros cuando me penetraba para sentirle más adentro me puso caliente… El subconsciente hizo el resto, y aunque iba a comprar chuletas de cabezal, le dije al carnicero:
- Póngame medio de criadillas…
Esa misma noche, el teléfono me devolvió una voz tímida, como esperando una broma macabra… Leandro y yo formalizamos nuestra relación para los viernes.
La semana antes de nuestro primer encuentro, que lo ajustamos a nuestros horarios y a un hotelito muy mono a la salida de mi ciudad, hice todas las cábalas posibles sobre cuál seria el fetiche de mi amante: tal vez un mono de la obra y follarme por la abertura que ellos usan para mear… Quizá, ensayar una obra hortera en la que yo soy una fémina a la que violan en la obra… Vete tu a saber, mi imaginación siempre ha ido un paso por delante de mi consciente.
Leandro resultó ser un obsesivo compulsivo del sexo: la cama con él conforma un ritual de principio a fin.
Siempre una ducha antes, siempre maquillaje en el clítoris y labios, siempre perfume únicamente en la planta del pie.
Y, su fijación por los zapatos también se abrió como una sorpresa: unas sandalias en cabritilla negra imposibles. Desde entonces me desenvuelvo con él sobre 12 centímetros… Preferí no sacar ninguna conclusión lógica acerca de su predilección por tal calzado, ¿para qué?
Este viernes, Leandro ha sido una dosis de buen humor.
Follamos bien a gusto, con las sandalias desprendiendo olor a canela, por el perfume que él ha escogido para mí, y reímos… Y reímos muchísimo.
Al volver a casa, sentí que merecían la pena todas y cada una de mis relaciones. Aunque ahora los Martes estuvieran vacíos e Igor tuviera, a partir de esta semana, que buscar consuelo en alguna fulana de las que van a sus recitales.
Helena, la jodida Helena que es una rémora en casa, me estaba esperando despierta; Ya venía yo llena de sexo, cansada, y preferí dejarme hacer una vez más y ser parte pasiva de su fogosidad.
El sábado sonó el teléfono. Era Carlos, el marido de Helena. Quedamos en vernos el domingo de esta semana, que estaba muy ocupado, que su agenda no le permitía antes… Seguro que quiere que vuelva, que él puede organizarse con las dos…
Y yo, tengo ya ganas de facturar a mi señorita de compañía porque no estoy hecha para vivir con alguien más que mi pajarraco. Que, por lo menos, él no habla.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Desazte ya de Helena.
Bravo de nuevo. Más intriga. Necesitamos más. Y más tacones.

Besos

Anónimo dijo...

Alguna vez he escrito mi teléfono en una servilleta y se la he dado a un hombre de esa manera.

Otras veces han sido otras palabras, otros lugares comunes. Otro tipo de historias.

En el supermercado hace poco me apeteció hacerlo. Y no lo hice porque mi pareja lo estropeó...

¡Qué coñazo pensar en tener a una invitada en casa! Yo que estoy tan agusto a solas con mi pajarraco. Claro que mi pajarraco tiene una boca que sabe entenderse muy bien con mi clitoris. Eso sí. Yo pasiva. Yo en ese caso... sólo me dejo hacer

12 centímetros son muchos centímetros para unos tacones ;)

Anónimo dijo...

Oye me ha gustado tu historieta, Felicidades!