06 enero 2011

Anotación de Diciembre


Lo mejor de intimar con un desconocido es el tacto y lo digo tan convencida porque de intimar y de desconocidos voy sobrada.

Recorrer una nueva orografía, empaparse de un mapa tangible ajeno, particular, único en su especie.


También el olor del otro tiene su importancia, pero no es tanta como dicen, ni tan necesaria, ni tan útil; porque si hueles de lejos su intención, de antemano aburre y eso no es buena seña, ni invita a la pasión ni al desfase; Además, los olores acaban por mezclarse en los primeros contactos, y ya no sabes si olías a ti o a él, o a ellos, o a ellas, y eso, de ninguna de las maneras, le permite a una concentrarse.

El sentido de la vista determina en los primeros contactos los contactos posteriores, y a veces se vuelve paradójicamente el sentido más ciego y es por tanto que, de todos, acaba siendo el más engañoso e inútil.

Y el sabor sólo cobra importancia durante momentos puntuales, cuando ya no hay vuelta atrás y hay que devorarse, y comerse, y saborearse, pero es secundario, porque nunca se llega a ese punto sin que el tacto no haya determinado el resto.

Ni tampoco tiene importancia donde nos conocimos, y digo que no la tiene porque no creo que a nadie le importe, excepto a él y a mí, que estábamos allí porque queríamos encontrarnos, o porque sabíamos que, al final, algo nos llevaría del uno al otro y justo en el sentido contrario y porque sólo en sitios así sabemos los de nuestra especie que nos encontraremos: el caso es que de estar a compartir cama juntos distó prácticamente nada (y eso no pasa siempre, pero cuando pasa es acojonante y no tiene comparación con cualquier otra cosa) y el tiempo y el espacio convergió en una habitación de hotel de esos que aceptan parejas que van a follar a cualquier hora del día y de la noche sin pedir DNI ni chorradas por el estilo.


Y me gusta que su peso casi me asfixiase… Su manera de lastimarme lo justo para no hacerme sufrir. Su sumisión ante mi insumisión sin remedio, ante mi sumisión impostada que me queda de lujo y que él conoce y sabe de mis posibilidades y por eso me exprime como si fuera de su propiedad... Que quien sabe si al final es su argolla la que encaja en mi cuello.

Me gusta estar con él mientras hacemos tiempo para seguir con lo nuestro.


Pero de todo lo que es él me quedo con sus palmas de las manos tatuadas en mi culo y sus susurros jodidamente obscenos, y su acento, y su cuerpo que lamí palmo a palmo para no perderme nada.


Y me quedo con su tacto y con que mañana lo más probable es que no nos volvamos a ver... (pero eso, ya es otra historia)

1 comentario:

Turulato dijo...

Un libro abierto..